Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

En el Día Internacional de la Mujer he meditado mucho sobre lo que esta fecha significa para mí a lo largo del tiempo y la experiencia. Nací a principios de los setenta durante la generación en donde se gestó la liberación femenina y la guerra fría dividió ideológicamente a la región.

En los ochenta nos movilizábamos con independencia en una ciudad segura, y lo que no nos contaban nuestros padres, nos lo imaginábamos porque no había internet. Crecimos con el humor de una Mafalda contestataria, que deseaba con todas sus ansias superar la mediocridad de su abnegada madre y promover la paz mundial. La cultura pop propiciaba la galantería entre los sexos, la mujer profesional era “idealizada”, pero en la vida real el machismo y los roles tradicionales subsistían. Muchas fuimos a la universidad, nos casamos y cuando llegaron los hijos comenzamos a asumir roles que para algunas vinieron de manera natural y para otras no tanto.

Decidí preguntarle a amigas de diversos ámbitos lo que para ellas significa ser mujer actualmente. Aparentemente, toqué una fibra sensible de veinte mujeres, unas dedicadas a ser amas de casa, otras solteras, casadas, profesionales y “todólogas” que me compartieron lo siguiente:

Dentro de las que optaron por seguir el rol tradicional de ser amas de casa, algunas expresaron gran satisfacción de poder ser gestoras de vida y nutrir sus hogares. Pero el camino no fue fácil. Una amiga resentía la falta de independencia económica, otra admitió que al principio era complicado entender cuál era “su misión” en la vida, pues se sentía frustrada, cansada y poco reconocida. En su mayoría esta tarea la asumieron plenamente, valorando su papel como “pilar de la familia” y de la sociedad.

Otras lograron encontrar un proyecto que les permitiera balancear su vida personal y satisfacer su necesidad de realizarse profesionalmente. Lo cierto es que todas coincidieron en que la sociedad exige a las mujeres mucho más que a los hombres, pero sin la paga ni el reconocimiento. Muchas confesaron tener sentimientos de culpa relacionados con la imposibilidad de cumplir al ciento por ciento con lo que se esperaba de ellas.

En el aspecto laboral, una amiga que vive en Noruega dijo haber trabajado siempre entre hombres y que aún en este avanzado país subsiste la desigualdad en los cargos de dirección y en los salarios. Otra, trabajando como supervisora en una construcción dijo tener que ganarse el respeto de sus subalternos a través del diálogo para promover un mejor ambiente laboral.

Hoy veo a las jóvenes mucho más conscientes sobre la necesidad de compartir responsabilidades. Campañas como “He for She” buscan que la inclusión de la mujer sea un asunto también de hombres. En vez de esperar que seamos “supermujeres” se reta a los hombres a que compartan los roles y propicien entre sus compañeras terrenales oportunidades equitativas, con libertad y autonomía, dentro de un contexto holístico donde hombres y mujeres se complementan.

La discusión sobre igualdad de género es obsoleta, porque obviamente somos diferentes. Desde nuestra formación biológica, pensamos, reaccionamos y sentimos de manera distinta. Hoy lo que se discute es la igualdad de oportunidades. Además de buscar la equidad en las aulas, también debemos buscarla en los roles domésticos y en los espacios de liderazgo.

Es importante reconocer que la protección de los derechos de la mujer no nos asisten por el hecho de ser mujeres, o ángeles, o seres superiores, sino por ser parte fundamental del género humano. Por eso pienso que todos los días debería ser del hombre y de la mujer.

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