Eduardo Blandón
Los acontecimientos recientes que continúan enlutando al pueblo de Guatemala, en virtud de una violencia incontenible, hacen que el tema de la pena de muerte se sitúe, más allá de la agenda de los políticos, en materia de discusión en muchos espacios de la ciudadanía guatemalteca. El debate sigue y la presión aumenta.
Por mi parte, como ya lo he mencionado en varias ocasiones, me coloco en el lugar de quienes solicitan medidas a la altura de una organización política que renuncie a la barbarie y opte por una estrategia que privilegie la vida. Lo cual, reconozco, no es fácil, pero es el camino a transitar si queremos construir una civilización a la altura del siglo XXI.
Continuar el discurso de muerte, la filosofía del “ojo por ojo” y la estrategia fácil (recurrente en civilizaciones poco pulidas –moralmente hablando– y aprovechado por políticos sórdidos), es condenarnos a una espiral dañina que sólo puede conducirnos al fracaso como sociedad. Y los discursos están ahí y parecen razonables: “se trata de hacer justicia”, “defendernos del criminal”, “es una medida económica”, “es disuasoria”… “hasta la Biblia y la Iglesia la defienden”.
Más allá de la superación de esos argumentos, es necesario continuar con la tarea política pendiente. Nos referimos al mejoramiento del sistema de justicia, al cuidado del ordenamiento carcelario, a la creación de oportunidades laborales, la promoción de espacios educativos, el establecimiento de políticas de seguridad, entre tantos compromisos que los políticos están obligados a cumplir y nosotros como sociedad a exigir.
No me mal interprete. No hago apología del crimen ni me sitúo a favor del asesino. Yo, como usted, quisiera justicia. Comparto su sentimiento de horror que a veces raya en el odio, el rencor y deseos de muerte. Pero, estimo a la vez, que las cosas pueden verse desde ángulos diferentes que, sin ser seráficos, son respuestas no sólo más eficaces, sino también de carácter más humano.