María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

Como todos los años desde 1977, cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer. Hasta este día, jamás he perdido la oportunidad de utilizar éste y otros espacios para emitir mi opinión al respecto y así sumarme a la diversidad de opiniones vertidas en relación al tema.

Seguramente, si en años anteriores me han honrado con su lectura, conocerán ya mi profundo rechazo a este tipo de conmemoraciones por considerarlas altamente discriminadoras y excluyentes. Por un lado, porque no debe existir ningún tipo de distinción entre los seres humanos, y por otro, por el hecho de que su simple existencia implica que de una forma no voluntaria, éstas se conviertan en una suerte de autodiscriminación de la mujer.

Así es, al hacer excepciones nos autodiscriminamos, de la misma forma en que lo hacemos cuando exigimos privilegios. Me viene a la mente en este sentido la discusión de la implementación de cuotas de género en el Congreso de la República para lograr la paridad, esto no hace más que desvalorizarnos a nosotras mismas, asumiendo que no somos lo suficientemente competentes para llegar a los puestos por nuestra capacidad sino porque se trata de un requisito con el que se debe cumplir. La participación de la mujer debe ser espontánea y genuina, las condiciones existen y están dadas para que las mujeres puedan participar, si algo habría que discutir es la dinámica de los partidos políticos que es, a la larga, el elemento fundamental por el que el acceso al poder se ha visto limitado no solamente para las mujeres, sino para quienes no pueden cumplir con las exigencias de los mismos.

No obstante, y en ámbitos distintos, creo que sería conveniente echar un somero vistazo a la situación actual de la mujer en Guatemala y no necesariamente con cifras y datos duros que, se sabe que son alarmantes, sino con el acontecer cotidiano. Sin duda alguna, y a pesar de que nos encontramos en pleno siglo XXI a las mujeres nos quedan todavía muchas luchas por ganar. Aún no podemos caminar tranquilas por la calle porque es muy probable que seamos acosadas de alguna forma, si no con miradas y palabras que nos llenan de ira, cuando menos con un bocinazo o un silbido. Por otro lado, y entre muchos otros temas que podrían ser abordados, la situación de la mujer rural continúa siendo precaria y pavorosa, el simple dato de que en el interior de la República 1 de cada 5 mujeres menores de edad es madre o se encuentra en proceso de gestación implica el relego femenino e impide el avance y pleno desarrollo de las féminas.

Otro de los elementos al que hay que prestar atención es a la violencia, y no únicamente a la violencia en contra de las mujeres que aunque, con dolor debo admitirlo, somos más vulnerables que los hombres a padecerla, no por eso quiero anular la importancia de los casos en los que la historia es invertida. Recordar que la violencia no es solamente física, reconocerla y atenderla en lo emocional, psicológico, económico y sexual es también un paso importante para avanzar en la lucha hacia la plenitud del ser.

En el Día Internacional de la Mujer quiero hacer una reflexión para todas nosotras, mujeres, que nos enfrentamos día a día a una serie de desafíos. Debemos luchar porque se respeten nuestros derechos, pero reconociendo siempre cuántas luchas hemos ya ganado y reconociéndonos en una situación distinta a la que nos encontrábamos hace décadas. Los retos de hoy en día son diferentes a los que solíamos tener y eso es algo que debemos tener en cuenta para las reivindicaciones que busquemos.

Caminemos juntas hacia la equidad, pero sin tergiversarla, hacia el avance en temas legítimos, pero relegando aquellos, como el aborto, que son inaceptables.

No seamos nosotras mismas las que nos condenemos a la inferioridad buscando excepciones y prebendas, luchemos con la cabeza en alto sin sentirnos víctimas de la historia. Innegablemente las mujeres, como los hombres, desempeñamos un papel invaluable dentro de la sociedad, juguémoslo con excelencia y reconociendo el valor de las personas, no por su género, sino por su esencia humana.

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