Rene Leiva

(Continuación, no sin algún atraso, del No. 10, de fecha 12 de febrero 2013)
(Primera Parte)

A Uaio Biatoro, también conocido como Eduardo Villatoro, y nuestro común compadre Romualdo Tishudo, sea que a estas horas ambos estén en el más allá o, quien quita, en el más acá.
Donde, en continuidad latinoamericana con la moral de la escuela estoica griega, el pueblo acuñó la frase célebre «Jodido pero contento», que más bien es una vivencia diaria acorde con la idiosincrasia chapina, muy a conveniencia de los poderes visibles u ocultos.
Donde una «revolución» hecha por pendejos —dicho sea con todo respeto— equivale a darle vuelta al mismo hediondo calcetín.
Donde las señoras y señoritas sexoservidoras que ofrecen sus tradicionales encantos en cuartitos situados a ambos lados de la vía férrea, zona 1, Ciudad Guatemala, se vieron en la enojosa necesidad de aclarar que ninguna relación, ni laboral ni política ni sentimental tenían con la red mafiosa gubernamental, «patriótica», conocida como «La línea», cuya matrona resultó una conocida ladrona patológica y cuyo padrote no podía ser otro que un chafarote verdugo, expoliador y espía vocacional de su propio pueblo, ambos primeros mandamases y sobresalientes traidores a la patria.
Donde, en el armario del político, quien ríe de último es la calavera.
Donde cierto esbirro-sicario-cipayo, procesado y «privado de libertad» por el cobarde y aberrante asesinato de un obispo católico, conviertióse en virtual director de presidios y en donde gracias a sus dotes emprendedoras, visionarias, competitivas, neoliberales, de mercado, y aventajado discípulo de Adam Smith y Alfonso Capone, devino en exitoso e influyente empresario, financista de partidos políticos de derecha extrema, tramitador o negociador de altos cargos en los tres poderes del Estado, potencial doctor honoris causa por cierta universidad elitista, y ante quien han hecho romería diversos personajes casi tan dignos como el sumariamente aludido.
Donde, según dicen, para conocer bien al país hay que ir a residir a Marte, o a otra galaxia, o, en último caso, al lado oscuro de la Luna.
Donde serviciales amanuenses del poderoso ecoterrorismo corporativo transnacional,¿ a cambio de qué? niegan —con base en refritos seudocientíficos de notorio sesgo neoliberal-empresarial- el trastorno climático y el calentamiento global provocados por el «progreso» darwinista del impunis homo destructibilis.
Donde cierto «bufete de la impunidad», valga la redundancia, es solo una mínima parte, más o menos visible, de la onerosa privatización de la defensa de los personajes con mayor podredumbre de la corrupción institucionalizada. (Del mismo cuero del Estado salen las correas para los abogángsters.)
Donde altos jerarcas del patriótico, pundonoroso y glorioso ejército robaron miles de granadas de fragmentación de sus propias bodegas para negociarlas con el crimen organizado, explosivos estos que han esparcido y cosechado el terrorismo (ya no de Estado), muerte y destrucción a lo largo y ancho del aterrado territorio nacional.
Donde el espíritu indignado y combativo de sus habitantes se reduce a una secular llamarada de tusa.
Donde como reacción oportunista contra la CICIG, cierta perversión de lo que debe ser una Fundación, protervo modelo de aberración institucional-legal, integrada por veteranos esbirros y cipayos del retrógrado terrorismo de Estado, zopilotes de la contrainsurgencia y el genocidio, y sus clones, abrió el infestado camino para que, tarde o temprana, surja una fundación contra el crimen organizado integrada por narcotraficantes, una fundación contra las maras integrada por mareros, una fundación contra la corrupción integrada por &/£#$*»… (En todo caso, y eso nada exculpa, es preferible una «fundación» a un escuadrón de la muerte.)
Donde negar el genocidio es, casi, ¡oh paradoja!, desear que se repita.
Donde el ciudadano es el único animal sobre la faz de la tierra que se tropieza dos, cuatro, seis, diez veces con la misma piedra.
Donde el basurero de la historia, más que un espacio moral, ético y político de desperdicio y podredumbre a la vista, es el ámbito de la omisión, la amnesia, el escamoteo, la elusión, el olvido de los hombres y mujeres de fecales actos para con la patria.
Donde según las estadísticas y el último censo, el 49 por ciento de la población mayor de 15 años es delincuente activa o potencial, a un paso de serlo o desearlo, y el por ciento es más o menos honrada. Es decir, los «buenos» somos más, aunque nos cueste; aunque eso aparte a no pasar de zope a gavilán pollero. Donde el desperdicio es una forma de escasez.
Donde los telenoticiarios de los llamados »canales guatemaltecos» propiedad, entre otras empresas de «entretenimiento», del mexicano Ángel Remigio González, le hicieron propaganda y publicidad ¿gratuita? disfrazadas de noticias al corruptísimo régimen «patriota», en especial a la ladrona compulsiva y patológica matrona de «La línea», entre otras mafias embutidas en el Estado. Tales telenoticiarios, uno de ellos dirigido por otra «Gruesa», omiten, escamotean, «editan» información sobre corrupción gubernamental, especialmente en el Congreso, en descarada complicidad quién sabe cómo retribuida.
Donde, según quienes los ven y oyen, reporteros de tales telenoticiarios han sufrido una sospechosa atrofia del acento guatemalteco y por camaleonismo o mimetismo servil han adquirido el dejo mexicano en sus reportes hablados. ¿Malinches periodísticos en Guateanómala? Pues sí, ¿por qué no?
Donde tradicionales sectores manipuladores del poder confunden de forma interesada y deliberada la famosa institucionalidad (?) con conservadurismo, sumisión ciudadana, dejar hacer y dejar pasar, borrón de las abominaciones perpetradas por la contrainsurgencia y cuenta nueva, delegar en los sinvergüenzas la toma de decisiones, no cuestionar a los seculares dueños de la situación y a quienes tienen la (o el) sartén por el mango, sometimiento a la impunidad y la corrupción establecidos, ETCÉTERA.
Donde poderosos bufetes de abogángsters son la excrementicia argamasa del muro de impunidad. (El crimen sin castigo es la fuente ponzoñosa de su enriquecimiento «letrado».)
Donde la mentada institucionalidad no está precisamente escrita en piedra, mármol, granito, o en el firmamento, y ni siquiera en el código genético o en las neuronas, como algunos suponen. Para convencerse de lo contrario basta estar enterado, incluso a medias, de la historieta política-económica inmediata.

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