Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Los debates entre los republicanos en Estados Unidos se han vuelto cada día más llamativos por la forma en que se enfrentan los candidatos sin abordar los grandes temas de la agenda de política nacional o de política internacional, consumidos en una interminable serie de ataques e insultos que los han llevado al colmo de terminar hablando del tamaño de sus genitales, como ocurrió ayer cuando quien encabeza las encuestas y acumula mayor número de delegados, Donald Trump, abordó el tema del ataque que le había formulado Marco Rubio respecto al pequeño tamaño de sus manos.
Pero en el de ayer se produjo un tema crucial que, sin embargo, ninguno de los moderadores de FOX parece haber notado, no digamos los otros candidatos que buscan la Presidencia. Cuando Ted Cruz acusó a Trump de haber financiado a candidatos demócratas, desde Carter hasta Kerry, pasando por senadores y congresistas de ese partido, el polémico puntero dijo que no sólo había apoyado demócratas sino que también a los republicanos, incluyendo algunos de los que han estado en la contienda presidencial ahora y que recibieron cheques en el pasado para financiar sus respectivas campañas.
Pero el meollo estuvo cuando Trump explicó por qué lo hace. Dijo que es un hombre de negocios y que tiene que velar por los intereses de sus empresas y de sus empleados y que por ello gira cheques a candidatos presidenciales y candidatos a legisladores porque él está obligado a asegurar el futuro de sus negocios. En otras palabras, Trump admitió que todos esos cheques de financiamiento a las campañas políticas van con la condición de que quienes los reciben se pongan firmes cuando las empresas del multimillonario tienen necesidad de algún tipo de apoyo, sea en el Ejecutivo o mediante leyes en el Congreso de los Estados Unidos.
Honestamente hablando lo que dijo Trump no es noticia, puesto que todos sabemos que los financistas de las campañas en cualquier lugar del mundo lo que están haciendo es comprar aliados para el futuro a fin de que sus negocios no sólo no mermen, sino que puedan prosperar. Y, como Trump, todos los financistas se sienten tranquilos de hacerlo porque saben que es una práctica absolutamente común y valores entendidos que nadie pone en duda.
Los políticos, sin embargo, insisten en que a ellos no los compran las donaciones para las campañas políticas, pero si así fuera, si alguno de ellos dejara de cumplirle a sus financistas, estaría firmando su sentencia de muerte política porque nadie le volvería a dar dinero. Y en Estados Unidos, como en Guatemala, la democracia ha mutado a una verdadera pistocracia en la que para ganar elecciones hay que hacer inversiones de tal calibre que no se puede esperar un resultado favorable a menos que el político le termine vendiendo el alma al diablo.
Si eso pasa en Estados Unidos, donde hay mejores mecanismos de control para atajar el tráfico de influencias, imaginemos cómo es la cosa en Guatemala donde no hay en absoluto controles y ni siquiera se sabe quiénes son financistas de verdad y cuánto aportan a las campañas.