Francisco Cáceres Barrios
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Si vemos las cosas con calma y si también las analizamos a profundidad, podremos ver que nuestros políticos, a través de sus partidos, coparon la maquinaria estatal y llegaron para quedarse aunque fuera con distintas divisas. De esa cuenta, se pusieron a hacer de las instituciones lo que les dio la gana. Las exprimieron al punto que, cuando ya no les pudieron sacar más jugo, se comieron hasta las cáscaras. Por ello es que solo tenemos estructuras cayéndose en pedazos por falta de mantenimiento, sin el personal, el equipo, los materiales ni las medicinas para atender los padecimientos de salud que se merece la población necesitada y no contentos con la masacre cometida, se pusieron a hacer lo mismo con el IGSS, con los presidios, con la infraestructura, con la policía, con el ejército y con cuánta cosa se les puso enfrente.

En otras palabras, se distorsionó de tal manera el concepto de lo que es el fin de la política: la solución de los problemas sociales y la construcción de una sociedad a la medida de la dignidad humana, para apoderarse de la maquinaria estatal y a través de ello, lograr satisfacer sus intereses personales. Esa es la razón del porqué el Congreso llegó a los niveles más bajos de la historia en cuanto a eficiencia, capacidad, honestidad y sobre todo credibilidad. Ahora, llegó a ser el sitio preferido de los politiqueros, un lugar en donde los diputados asisten literalmente a hartarse, desayunos, almuerzos, refacciones y cenas, además de atractivos sueldos, honorarios, dietas, bonificaciones, viáticos, estipendios y cuánta cosa sea imaginable, como que ahora sea una casona de empleo para sus familias y hasta para sus amoríos.

De ahí que sigue sin convencerme su presidente Taracena para que con solo rociarlo con agua bendita se le van a acabar todos sus males y maldades. Disculpen, pero creo que hacen falta muchas cosas más, como por ejemplo, acabar con el sistema antidemocrático para elegirlos, su número totalmente inútil e innecesario de diputados, reformar de cabo a rabo su ley orgánica para acabar con la haraganería, con ese mal proceder de utilizar el hemiciclo parlamentario para dialogar, contar chistes, darle la espalda a la mesa directiva mientras los representantes se desgañitan para expresar sus criterios, como que las comisiones sirvan eficazmente para generar proyectos de ley con la altura suficiente en cuanto a la calidad y cantidad indispensable, pues la situación del país lleva rato reclamándolo y no, que de la noche a la mañana, se pongan a fabricar leyes a saber con qué clase de lubricantes para terminar afectando a fondo la situación económica y social del mismo.

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