Eduardo Blandón
No nos dejemos convencer de que es absurdo intentar cambiar el orden «establecido» y las leyes «objetivas». Tratemos de construir una sociedad civil global. Insistamos en que la política no es una mera tecnología del poder y necesita tener una dimensión moral.
Václav Havel
Es natural, cuando pensamos en Guatemala, repartir culpas y sentirnos sin mácula. Nuestro dedo acusador se dirige a los otros porque nos juzgamos más allá del bien y el mal. Somos una especie de almas seráficas tan presuntamente impolutas que apenas conocemos la maldad. “El infierno son los otros”, decimos con Sartre, muy seguros de nosotros mismos.
La verdad verdadera, como decía un amigo, es que, al ser una especie de vasos comunicantes, nuestras acciones y omisiones mucho tienen que ver con el descalabro nacional. Ni esa apatía es mansedumbre. Ni esa indulgencia, capacidad de perdón. Acumulamos oprobios minúsculos (a veces no tanto), producto de nuestros defectuelos cotidianos que llenan el mundo de iniquidad.
Son esas pequeñas faltas, mezquindades, abusos e irrespeto, las que configuran esa Guatemala que a veces nos hace sentir incómodos. ¿O no es cierto que a veces escamoteamos los impuestos? ¿No es verdad que eventualmente somos violentos? ¿Faltamos a la verdad si decimos que nuestra indiferencia también nos tiene postrados socialmente? No nos sintamos tan reputados porque nuestro techo es frágil y se derrumba.
No quiero decir que usted es responsable de lo que acontece en Guatemala, pero algún grano de arena ponemos a diario. No evadamos lo que nos toca y comencemos a apropiarnos de nuestra historia. Tenemos que ser conscientes y empezar a educar (y educarnos) para ganar sensibilidad. Es urgente pulir nuestra humanidad para dejar de ser violentos. Se puede hacer algo y usted y yo podemos empezar el cambio.