Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

El sábado sucumbió finalmente Américo Cifuentes Rivas en la tenaz lucha que mantuvo con el mal que le aquejaba y terminó así la vida de un ave rara en el medio nacional, donde no es fácil encontrar políticos que actúen y vivan con absoluta integridad y coherencia entre principios y acciones. A Churchill se le atribuye la frase de que quien no es revolucionario a los 20 año no tiene corazón y que quien lo sigue siendo a los cuarenta no tiene cabeza. Hay que conocer la vida e ideología de Churchill para comprender el sesgo de su afirmación, porque yo pienso que quien fue revolucionario a los 20 y abandona sus principios a los 40, era y es un oportunista que anda viendo cómo satisface sus ambiciones personales.

Conocí a Américo Cifuentes al empezar la década de los años setenta cuando Manuel Colom Argueta le encomendó la Secretaría Ejecutiva de la Asociación Nacional de Municipalidades. El gobierno de Arana, por medio del ministro de Gobernación, general Leonel Vassaux, hacía todo lo posible por despojar a Meme de la investidura de presidente de la ANAM y cada Asamblea Nacional era un campo de confrontación luchando por el apoyo de los Alcaldes, tarea difícil frente a los ricos ofrecimientos que podía hacer el gobierno central. Pero el carisma de Colom Argueta, su astucia y el trabajo de Américo y otros compañeros de la Municipalidad hizo fracasar una y otra vez tales empeños, siendo posiblemente las más sonadas las de Coatepeque y Esquipulas, si la memoria no me falla.

Tras el asesinato de Meme, Américo fue de los dirigentes que destacaron para mantener vivo el Frente Unido de la Revolución, aunque hubo de salir al exilio ante la certeza de acciones represivas que, de hecho, costaron la vida a varios elementos muy valiosos. En su libro, publicado a finales del año pasado, relata las incidencias y las dificultades que hubo aún entre viejos amigos para mantener al FUR fiel a sus principios y ajeno a las componendas.

Lo que siempre me impresionó de Américo fue su dedicación y entrega a la causa en la que creía. Estoy seguro que por el liderazgo que tuvo en las filas de ese Frente Unido de la Revolución, pudo haber sacado raja, como se dice corrientemente, en un país donde la política es componenda y transa, pero para él lo más importante era el sueño de integrar a distintas generaciones en una vigorosa corriente socialdemócrata en un país donde hace falta tanta solidaridad.

Asumió el reto, en verdad imposible, de unificar a los sectores de izquierda en Guatemala porque estaba convencido de que dada la inequidad, la voracidad rampante y la ausencia de políticas públicas para generar oportunidades para todos los habitantes del país, hacía falta un movimiento imbuido de tales aspiraciones para generar un proyecto de Nación distinto.

Si, de acuerdo con Churchill, Américo hubiera dejado de ser revolucionario, no hubiera sido por tener cerebro, sino por carecer de verdaderos principios y por ser oportunista, de esos que de jóvenes presumen de revolucionarios para escalar posiciones que les permitan ser potentados a los cuarenta.
Américo fue consecuente hasta el último día y eso deja un legado enorme a sus deudos. Descanse al fin en paz.

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