La justicia está llamada a ser una especie de bálsamo para curar heridas en la sociedad y a contribuir a la pacífica convivencia. Sin embargo, en Guatemala vivimos en tal nivel de polarización que ni siquiera sobre el tema de la justicia podemos alcanzar acuerdos y, por el contrario, cada fallo sobre los temas causantes de la polarización viene a hundirnos en mayores y más profundas divisiones. El Caso Sepur Zarco es uno de ellos y ya vemos cómo por distintos medios se manifiesta esa confrontación que impide el análisis sereno del proceso, de las pruebas aportadas por la acusación y la defensa y, por supuesto, de la sentencia misma.
Tomamos posiciones irreductibles desde antes de que se inicie el proceso penal porque nuestra mentalidad se condiciona por los atavismos que dejó el conflicto armado interno. Los campos están totalmente definidos y se puede decir que la opinión pública no está esperando pruebas, sino que está aguardando una sentencia acorde a la que cada quien ya formuló en su propia estructura mental. Y preparado para celebrar o para protestar cuando el tribunal emita el fallo respectivo.
En un proceso penal se tienen que juzgar acciones y hechos concretos y las condenas son a personas también concretas por hechos cuya responsabilidad se les pruebe. Y para corregir errores, malas apreciaciones o vicios, existen los recursos orientados a garantizar el imperio de la ley. En Guatemala, de entrada, no tenemos confianza en los operadores de justicia porque hay abundantes hechos históricos que nos hacen dudar con más que justificada razón, y por lo tanto no reaccionamos ante fallos, condenatorios o absolutorios, con la mentalidad de quien hace su propia valoración de las pruebas para formarse un criterio, sino que simplemente nos dejamos ir por nuestras inclinaciones ideológicas para dar rienda suelta al desahogo.
Ante esa situación, la justicia no es bálsamo para curar heridas, sino sal que revive los dolores y que genera mayor confrontación eliminando oportunidades de pacífica convivencia.
Imposible llamar a la concordia o a la reflexión porque la gente no está para eso. Está para que cada quien tome partido y defienda su postura a como dé lugar. Si hubo pruebas de cargo o pruebas de descargo es lo de menos. No importan los supuestos agravios de un crimen, sino la forma en que se juzga y pesan más los supuestos agravios de un proceso.
Cada ciudadano tiene que hacer un alto en su camino para juzgarse a sí mismo, juzgar su compromiso con la ley, con la patria y con la sociedad. A partir de allí, tal vez llegue el día en que podamos razonar.