Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
El cinismo sin límite de Roxana Baldetti hizo que el concepto de “agüita mágica” se entendiera claramente entre la población guatemalteca a la que, obviamente, le quiso ver la cara cuando explicó las maravillas que podía provocar la pócima para realizar la casi imposible tarea de limpiar de porquería el lago de Amatitlán.
Pues en ese concepto me quedé pensando ayer cuando, a media mañana, me contaron los reporteros de La Hora que un diputado les anunció la sorpresa de que, de la noche a la mañana, sin reunión de jefes de bloque ni debates entre las bancadas, se alcanzó el acuerdo para aprobar de urgencia nacional, con más de dos tercios de los votos del total de diputados, la ley de Inversión y Empleo que beneficia al sector de la maquila y los Call Centers. Conociendo la diversidad de intereses y posiciones que hay en el Congreso pensé que deben haber rociado sobre cada uno de los diputados alguna “agüita mágica” como la que sirvió para impulsar leyes como la llamada Ley Tigo, puesto que tanto los lectores como yo sabemos que alcanzar acuerdos en el Congreso es tarea de titanes.
Me imagino, por cierto, que los que impulsan la Ley de Desarrollo Rural no disponen de los ingredientes secretos que sirven para producir esa “agüita mágica” y por ello es que esa ley está condenada a permanecer durmiendo el sueño de los justos en alguna gaveta de las comisiones legislativas. Y así ocurre con tantas leyes de enorme importancia para la población guatemalteca.
Pensé que habría que preguntarle a la diputada Montenegro cómo es que funciona esa magia en el hemiciclo parlamentario, pero cuando vi el listado de la forma en que votaron las bancadas, noté que también la suya había dado su voto a favor de una ley que no produjo un intenso debate en el parlamento nacional, no obstante que afecta intereses fiscales del Estado, que no permite medir su efecto en el empleo y que ha sido objeto de mucho cuestionamiento por las implicaciones que puede tener en cuanto a las normas aprobadas en el Tratado de Libre Comercio que nos permite exportar al mercado norteamericano.
Los diputados se distinguen porque les encantan las cámaras y les fascina el micrófono. La mayoría de ellos hablan hasta por los codos cuando hay oportunidad de lucirse y no sé por qué cuando llegan estas leyes polémicas que favorecen a un sector, generalmente de los llamados productivos, se produce un impresionante silencio y las leyes se aprueban sin el menor debate, sin que nadie ahonde en las razones para impulsar tales instrumentos legales. Obviamente hay razones muy poderosas que provocan ese cambio que no sólo les hace levantar la mano mecánicamente sin conocer siquiera lo que están aprobando, sino que producen ese mágico acuerdo que se concreta en forma sigilosa y en cuestión de horas.
Creo que alrededor del mundo los partidos políticos en los parlamentos deben quedar boquiabiertos al ver cómo en nuestro Congreso es tan fácil y efectivo lograr abrumadores acuerdos. Tal vez expertos como el señor Roitman les explican y nos explican en qué consiste la “agüita mágica”.







