Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Es sabido que la corrupción roba oportunidades y reduce la posibilidad de que las naciones sean prósperas, pero a lo que ahora me refiero es a la reunión que ayer tuvieron los presidentes de los tres países del llamado Triángulo Norte de Centro América con el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, para hablar sobre el ya famoso plan de la Alianza para la Prosperidad que pretende financiar programas en Guatemala, Honduras y El Salvador, para contener el flujo migratorio actual y crear condiciones que sirvan a los intereses de seguridad de los norteamericanos.

Sobre la Alianza para la Prosperidad se abalanzaron muchos intereses porque vieron que el flujo de apoyo, que no es tampoco una cosa del otro mundo, podría servir a ciertos sectores de estos países. La mejor muestra la dio el mismo presidente Jimmy Morales cuando anunció que todo el tema sería manejado por funcionarios vinculados al sector privado. De hecho, junto a él y el Canciller en la reunión con Biden estaba el Comisionado para la Competitividad, dando a entender que desde el punto de vista de Guatemala esa alianza tiene que generar negocios sobre la base de que en la medida en que haya más inversiones pueden generarse oportunidades que atraigan a los guatemaltecos a quedarse en su tierra.

Sin embargo la postura de Washington fue bien explicada por Biden. Ellos entienden que el asunto tiene otras aristas y por ello apuestan a un fortalecimiento institucional en estos países que pasa, forzosamente, por mejorar el sistema de justicia, el Estado de derecho en todo el sentido del término (es decir acabando con la impunidad) y la lucha contra la corrupción. En ese sentido mejor hubiera estado la Fiscal General junto al presidente Morales cuando se habló de la Alianza para la Prosperidad que el Comisionado de la Competitividad.

Y es que hay que entender que mientras no tengamos una institucionalidad real que sea garantía del respeto y sometimiento a la ley, de nada sirve cualquier cacareo sobre las inversiones en estos países porque en la medida en que todo negocio tenga que pasar por el juego de la corrupción para obtener licencias, permisos o financiamiento, veremos que los que se apuntan para venir son siempre inversionistas con pinta de piratas y no gente de negocios seria que apuesta a condiciones de transparencia para hacer que sus inversiones sean rentables.

El peor flagelo de estos países es la corrupción que enriquece a un pequeño grupo de políticos y empresarios con quienes se reparten el pastel, mientras que el resto de la población se desespera por la falta de oportunidades y no ve más salida que la migración hacia Estados Unidos. Esa corrupción engendra violencia e inseguridad porque el Estado ha sido secuestrado por intereses perversos que sólo están pensando en el trinquete y nunca en el cumplimiento de los fines esenciales que deben promover el bien común.

El mensaje de Estados Unidos ha venido retumbando fuerte y claro. El tema ahora para ellos está en los peligros de Estados debilitados por la corrupción y la impunidad, y ello se convierte en el meollo de cualquier Alianza.

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