Dra. Ana Cristina Morales
Hay para quien la soledad es un espanto, el cual asusta y le dan ganas de salir corriendo, aproximándose a cualquier compañía que topen en el camino, con el fin de mitigar el miedo.
La soledad tantas veces asociada a la amargura, al abandono y al rechazo, Es posible vivirla de manera diferente al otorgarle la posibilidad de conocerla. Sino sucede, la angustia se dispara ante el más leve encuentro con ella.
Lo cierto es que para comprenderse y reflexionar el mundo, se necesitan espacios de soledad. Ella puede llegar a constituir una buena compañía, sin esa instancia, no aprendemos a disfrutar de nosotros mismos.
En la soledad no hay bullicio, se aquieta el cuerpo, la mente y el espíritu. Es un buen momento para tomar conciencia de nosotros. En la soledad, no existen anhelos, ella proclama humildad. La soledad es tan solo eso, soledad.
Durante su extensión, la respiración enlentece, y el quehacer más primitivo se convierte en arte, no hay a quien acudir por lo cual, ella ayuda a descubrir potencialidades ocultas y destrezas inimaginables.
Los sonidos son percibidos dentro de la expresión de la vida, propia y ajena. El corazón se escucha y se siente, al cuerpo se define en las dimensiones que le son propias. Pero los sentidos, los pensamientos y estados de ánimo se agudizan. Algo así, como que durante ella, nuestro cuerpo nos da a conocer nuestro propio ritmo y nuestra propia melodía.
Si no existiera la soledad, el arte moriría, y las personas no llegarían a tener un buen contacto con ellas mismas.
Para ser diestro en la compañía, la persona tiene que aprender a vivir en soledad.
La soledad contagia serenidad, tolerancia, creatividad y respeto. A quién le duele estar solo, es porque no ha entendido ni vivenciado este estado.
Dentro de la soledad emergen las sonrisas más genuinas, los pensamientos más vagos, pero también los más prolíferos. La soledad permite que la persona se acaricie a sí misma, se consuele y busque motivos para celebrar su presencia en la vida.
La soledad ayuda al entendimiento de las verdaderas razones de la existencia, vincula a cada persona con su amor propio y propicia la extensión de ese amor hacia los demás. No condena a nadie a jugar un papel de existencia que no desea. Quien aprecia la soledad, pierde miedo al ridículo o al qué dirán.
Si a alguien le duele la soledad le sugiero que aprenda a estar allí, que la sienta, la entienda y le encuentre sus beneficios. Porque, una vez, experimentados le será muy difícil estar sin momentos de soledad. Los cuales lejos de ser amargos, dan alegría, paz, serenidad, descanso y una manera especial de enfocar las cosas.