Eduardo Blandón
Más allá de nuestra problemática económica, que no es poca cosa, Guatemala atraviesa por situaciones peligrosas que no puede desatender a riesgo del naufragio. Me refiero a las condiciones que socialmente hemos permitido y que nos expone al padecimiento de enfermedades propias de un enfermo delicado o en riesgo de muerte. Tratemos de hacer un minidiagnóstico.
El contexto violento en que vivimos hace que desarrollemos un perfil social poco saludable. Se reconoce en nuestros temores al salir a la calle, en la obsesión por encerrarnos en casa, en el ejército que cuidan los supermercados y en la arquitectura tipo búnker de nuestros edificios. En general vivimos a la defensiva y esa actitud hace de nosotros personas nerviosas. Es un contexto casi de muerte.
Igualmente el espacio público se ha vuelto insoportable. El estrés es la regla. Largas horas de tránsito borra el espíritu melifluo de la ciudadanía franciscana. Los pilotos abusan, se meten, provocan e injurian, profieren amenazas. Es un caos. Los niños no soportan más las madrugadas para llegar a clases. Vivimos en extremos nunca vistos y no parece que las autoridades públicas se enteren o hagan algo.
Por otro lado la corrupción se ha vuelto moda. Tan corriente que la juventud quizá aspire secretamente a ella. O presumiblemente sin escrúpulos, con inocencia. Mimetizarse en esos hombres «exitosos», los millonarios bendecidos súbitamente por un dios bueno, será o ya es la nueva ola. Son los santos de la posmodernidad, los héroes del capitalismo, la nueva moral impuesta por el mercado.
Así las cosas están al revés. No hablo del deceso económico, sino de la postración moral. Se desarrolla en nosotros un carácter peligroso que hace que no nos reconozcamos y nos extrañemos. No es ese el guatemalteco que conocimos hace algunas décadas. Hay un tumor que nos invade y un creciente cáncer que desarrollamos y apena empezamos a diagnosticar. Parece claro que algo tenemos que hacer.