Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Una cosa es que los políticos y los diversos actores sociales estimen que los ciudadanos seguimos siendo un tanto indiferentes y otra es que crean que somos mulas.

La reforma política que planteó el Congreso, a iniciativa del Tribunal Supremo Electoral y que avaló la Corte de Constitucionalidad no resuelve el problema de fondo, pero el pintoresco presidente del Congreso nos quiere hacer creer que por esos “parches” que desean aprobar, las más rancias estructuras del Estado van a mover todas sus fichas y jugar todas sus cartas para que no se logre “revolucionar el sistema político del país”. Qué cinismo.

Con esa paja que vayan a otro lado y quisiera explicarle por qué. Las reformas que pretenden aprobar, además de cosméticas, obligan a cualquier ciudadano que desee participar en política para incidir en el futuro de la Nación desde ese ámbito, a prostituirse para lograr sus objetivos. No hay alternativas para participar y no se modifican las reglas del financiamiento (los contratistas pueden seguir aportando y no hay ni siquiera límites).

Los Comités Cívicos, tal y como están regulados en la actualidad, son organizaciones políticas, de carácter temporal, que postulan candidatos a cargos de elección popular, para integrar corporaciones municipales (alcaldes para que todos entendamos). Dichos comités, según la ley, cumplen la función de representar corrientes de opinión pública.

En el artículo 99 de la Ley Electoral se establecen los requisitos para conformar un comité y en el caso de que un municipio cuente con más de 100 mil empadronados, solo se necesitan mil 500 afiliados; en otras palabras, es más fácil hacer un comité que un partido.

Dejando por un lado la tramitología, un comité puede representar a todos aquellos que estamos hartos del sistema y del caudillismo de los partidos que nacen para llevar a un cacique al poder mientras sus correligionarios se hartan de pisto; un comité puede ser la expresión de aquellos que deseamos que el sistema cambie desde su raíz, entendiendo que los cambios no pueden depender de grandes financistas con intereses especiales, sino depende de esa gente que conforma la base de nuestro pueblo, a la que tanto le cuesta tener oportunidades en este país. Esa gente que con Q5 o quizá Q10 puede alimentar un movimiento por y para la gente, que busque cambiar el sistema desde abajo.

Pues esa posibilidad fue cortada de tajo y por tanto, los comités seguirán sin poder postular a candidatos a diputados al Congreso ni para una Asamblea Nacional Constituyente y si usted opta por ser diputado, tiene que ir a competir con esas joyas que ahora se pintan de cuerpo entero.

En otras palabras, querer ser diputado significa prostituirse, competir con aquel que puede aportar dinero a una campaña; dinero que es su única carta de presentación porque ideas o noción de Estado cero, pero hambre de negocios a mil con un cuero y una desfachatez total.

Jugar bajo esas reglas, significa participar obligado a poner su pisto o recibirlo de intereses especiales porque si no, no se llega, no se alcanza el objetivo, y recibir ese pisto significa alcanzar acuerdos que luego se deben honrar sacrificando principios so pena de perder la vida; al final, el ser humano se ajusta, se acomoda y se justifica andando en la porquería.

Pero no me canso de decir que nos quieren vender esta reforma como la panacea, porque como ciudadanos dejamos que nos soben la cara y porque seguimos siendo sumisos ante el cinismo, la desfachatez, la corrupción y la impunidad.

Ya vendrán las próximas elecciones sin que nada haya cambiado y mansos acudirán a las urnas aquellos que siguen creyendo que su voto, bajo estas condiciones, decide el futuro de nuestro país y de nuestros hijos.

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