Félix Loarca Guzmán

La histórica visita que el Papa Francisco realizó estos días a México, el segundo país con más fieles católicos en el mundo después de Brasil, ha conmovido a creyentes y no creyentes, consagrándose como un mensajero de paz, amor y esperanza por un mundo mejor.

En todos los lugares que recorrió el Sumo Pontífice desde su arribo a la capital mejicana el pasado viernes 12 de febrero, miles de personas lo aclamaron con un impresionante júbilo. Él bendijo a los niños y a las familias en general, a la vez que externó su aspiración que la violencia sea callada por la paz.

El Santo Padre también manifestó su amor hacia los pobres y los habitantes indígenas.

Sus palabras de aliento renovaron la fe de las multitudes que escucharon sus homilías con expresiones en contra de la injusticia, el narcotráfico, la corrupción, la pobreza, la explotación laboral y otros temas.

En una de sus intervenciones en la ciudad de Acatepec, su Santidad invitó a «hacer de esta bendita tierra mejicana, una tierra de oportunidad, donde no haya necesidad de emigrar para soñar, donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar, donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos, el oportunismo de unos pocos».

Asimismo, reiteró su preocupación por el tema de la violencia en contra de los migrantes, muchos de ellos guatemaltecos y de otros países de América Central, quienes buscan llegar a Estados Unidos, huyendo de la inseguridad, el desempleo y la pobreza. El Obispo de Roma fustigó fuertemente a los que explotan a los migrantes y los identificó como los traficantes de la muerte.

Exhortó a los miles de mejicanos a comprometerse en una cruzada por la defensa del medio ambiente, revelando su tristeza porque los seres humanos estamos destruyendo nuestro planeta. Refiriéndose a la Tierra, el Papa manifestó que «Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla».

Remarcó que «La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los sistemas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes».

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