Juan Antonio Mazariegos G.
Terminamos 2015 en medio de un escándalo de corrupción que llevó a prisión al Presidente y a la Vicepresidenta de la República, involucrados ambos, de conformidad con las investigaciones realizadas, en una red de tráfico de influencias y sobornos que se adueñó de las Aduanas del País y de la Superintendencia de Administración Tributaria, institución que aportó al grupo de funcionarios y usuarios en prisión, nada más y nada menos que a dos de sus últimos Superintendentes, ligados a los otros sindicados en franca colusión para defraudar al Estado y a las personas a las que se debían, en un acto totalmente contrario a lo que se esperaba de ellos. En síntesis, se cortó la cabeza de la serpiente, sin embargo, lejos de haber saneado la institución, la misma se contrajo, se agazapó, perdió fuerza, credibilidad y hoy las nuevas mafias campean a sus anchas incrementando las redes de contrabando, defraudación aduanera y tributaria, mientras las metas de recaudación se desploman cada vez que se pronostican.
Si en algún lugar el nuevo Gobierno tiene oportunidad de materializar en logros sus buenas intenciones, o cifrar sus esperanzas para contar con los recursos necesarios para que el País progrese es en la SAT, si en algún lugar los ciudadanos que contribuimos con nuestros impuestos podemos esperar que exista justicia tributaria para que se incremente la masa de contribuyentes y se persiga a los evasores y contrabandistas, más allá de solo pensar en cómo le dan una vuelta más a la tuerca de las tasas impositivas es en la SAT. Sin embargo nada sucede en la SAT, hoy, a casi un mes de haber tomado posesión el nuevo Gobierno, la institución aún no cuenta con un Jefe y su Directorio se encuentra desmantelado, se habla de negociaciones y de estudios para fortalecer a la institución sin darse cuenta que el no tomar decisiones y ejecutarlas debilita cada día a la misma y crea espacios en donde las mafias se incrustan.
En mi opinión, el golpe dado a la estructura de la línea y en consecuencia al ente recaudador fue de tal magnitud que la institución quedó en capacidad de ser reformada sin que se reformen nada más que los filtros para la contratación de personal y se busque la integración de sus autoridades privilegiando no deudas de campaña o antiguas amistades si no personas integras con deseo de servir a su País. El más grave riesgo que conlleva no hacer nada es que el momentum está pasando y la institución continúa debilitándose de tal manera que para cuando se tomen decisiones o se adopten las equivocadas quedaremos un paso más allá de donde terminó la línea.