José Luis Franco
Los destapes del Congreso no dejaron de sorprender a mucha gente y de poner en la picota nada menos que a uno de los tres poderes del Estado, pero, antes de empezar con las cuestiones de fondo, es bueno recordarles a los periodistas que no debe decirse “diputados del Congreso”, sino ‘diputados al Congreso’, pues estos son delegados o representantes del pueblo ante el Organismo Legislativo, cuya misión (en teoría) es la de legislar… aunque la mayoría de ellos terminan sus cuatro años sin llegar a saber qué hacen allí.
Lo sorprendente de la actual legislatura es que el primer espectáculo lo actuara el señor Edgar Zamora, quien demostró que como aspirante a legislador anda más perdido que los hijos de la Llorona, pues no solo se quiso pasar por encima de las leyes electorales sino también por las normas internas del Congreso. ¿Y así quiere sentarse a producir leyes, demostrando que ignora los preceptos que sustentan la actividad parlamentaria y el proceso de formación de la ley?
Pero como de espectáculos se trata, no podía quedarse atrás el otro comediante, (no, ese no; el otro) don Mario Tranzacena Díaz-Sol, de sobra conocido por sus entremeses y sainetes en el hemiciclo. Por supuesto, hay que reconocer que don Mario tiene experiencia parlamentaria, que es astuto (en el estricto significado de la palabra) y que siempre ha sabido manejar la intriga y las negociaciones subterráneas en el campo de la política, desde que sus primos Jorge Carpio Nicolle y Ramiro De León Carpio le abrieron las puertas en la UCN. Fue constituyente y lleva ya por lo menos cinco períodos en el Congreso, el cual conoce como las palmas de sus manos… Por eso no resulta extraño que se echara a la bolsa a quienes lo votaron para llegar a la presidencia, a sabiendas de que el verdadero apoyo lo recibió de los “poderes fácticos”.
Precisamente por bien conocedor del quehacer parlamentario es que no deja de sorprender el escándalo que armó al revelar las nóminas de empleados que cobran tan jugosos sueldos en ese Organismo. Y no es por que tales asignaciones sean plausibles, sino porque don Mario lo ha sabido desde siempre (y lo ha disfrutado). No ha descubierto el agua azucarada. Él ha sido jefe de bancada y seguramente ha tenido a su servicio a uno o varios de esos superasalariados. Incluso es muy posible que haya conseguido varios huesos carnudos para sus más cercanos colaboradores de campaña. La verdad es contundente y dolorosa, pues esos elevados salarios rebasan la realidad del trabajador nacional, a muchos de los cuales el “venerable” Maldonado Aguirre les quiso ensartar “salarios mínimos diferenciados”.
Pero… Pero, al igual que pasa con el adulterio, no solo peca quien pide sino quien da u otorga dadivosamente. Los trabajadores se pasaron de la raya al demandar beneficios exagerados, pero quien o quienes estuvieron anuentes a satisfacerlos fueron los señores diputados. Imagínense que hasta los propios dirigentes sindicales se sorprendieron ante la facilidad con que los congresista del momento abrieron las… arcas de esa institución.
Sigamos: es de esperar que don Marito desglose también los ingresos de cada diputado, de los jefes de bloque, de los presidentes de comisión, de los miembros de la junta directiva y los suyos propios, en calidad de presidente de uno de los tres poderes del Estado. ¿Será justo y equitativo lo que él va a devengar durante este año? No tendría nada de raro que él redondee unos 150 quetzales de ingresos por su papel al frente del Congreso; aparte de carro, chofer, gasolina, teléfono y seguridad… ¿Y “confites”? ¿Y gastos de representación? ¿Y tranzas por aprobar o improbar algún decreto?
Que no nos venga Tranzacena con que él habla con la Virgen. La denuncia puede ser justa y oportuna, y políticamente impactante, pero ¿Por qué no la hizo antes? Además, es permitido suponer que detrás de eso puede haber un gran trasfondo, como evitar, por ejemplo, que se sospeche de él respecto de los manejos en el parlamento, antes y a partir de ahora. Una cortina de humo no estaría demás, aparte de que con eso logra ahuevar a todas las bancadas y las obliga a tratar directamente con él, no solo el asunto de los nombramientos, sino el de los votos y el de los sobrecitos bajo la mesa.
Reiteramos que no se trata de defender esos jugosos ingresos con que medran los empleados del Congreso, pero el tema nunca fue un secreto, y mucho menos para don Mario. Existe un pacto colectivo al cual los empleados no van a renunciar fácilmente. Y fijémonos, además, en que no todos los diputados merecen lo que devengan, porque la mayoría de ellos solo llega a levantar la mano y no entiende ni jota de los negocios que se tratan en el hemicirco. Por lo menos habrá cien diputados que no van a trascender, ni siquiera a tomar la palabra en las plenarias, durante los siguientes cuatro años. ¿Apostamos?
LA REDUCCIÓN DEL CONGRESO
Hablar de reducir el número de diputados al Congreso, en estos momentos, tiene un sonido como para “taparle el ojo al macho”. No es un gesto que pueda parecer sincero. Solamente obedece a una respuesta fingida ante la tormenta que azota al Estado… Aunque en realidad el asunto sea razonable y necesario, debió nacer en tiempos de calma para que pareciera emerger del análisis y del enfoque serio de la problemática nacional; no del acoso que la CICIG y la sociedad están ejerciendo sobre dicha institución.
En lo que respecta a las reformas a la Ley Orgánica del Congreso, disculpe estimado lector, pero eso es muy relativo. Los mismos diputados que hoy puedan votarlas (ante la mirada proconsular de Mr. Robinson), mañana estarán dispuestos a reformarlas o a derogarlas. Ellos tienen la potestad de legislar, es decir, de hacer y deshacer leyes.
El asunto de reducir el número de representantes también es algo para meditar: esta cantidad se ha ido incrementando por mandato de la ley (de la ley hecha por diputados), también lo es que esa normativa ha sido manoseada simplemente para obtener más plazas (huesos) para la gente de los partidos políticos. Así fue como creció el número de legisladores en tiempos de la DC y así fue como volvió a crecer en tiempos de Portillo-Ríos Montt. La DC modificó la Ley Electoral elevando los porcentajes de representación en los distritos electorales y el FRG lo hizo forzando el levantamiento de un censo, para que dichos porcentajes volvieran a reajustarse con el crecimiento poblacional. Es innegable que el verdadero propósito de ese censo (2002) fue el de justificar el incremento de diputados. De esa manera se creaban más plazas para los partidos políticos. Y seguramente en alguno de esos casos se registró un voto a favor de parte de don Tranzacena o de su partido de turno, porque también ha sido tránsfuga.
Todo eso, sin tomar en cuenta que desde cuando se redactó la Constitución vigente, los partidos dominantes hicieron lo suyo con el mismo propósito, al crear el Parlamento Centroamericano y la famosa Lista Nacional. Entonces dominaron la asamblea el MLN, la DC y la UCN. Recordemos que entonces, hasta se redujo la edad para ser diputado, pero solo para meter al Congreso a los niños bonitos de Jorge Carpio y a los delfines de la vieja guardia del Partido Revolucionario. Ningún otro diputado menor de veinte años ganó una curul en ningún distrito electoral. Esa reforma no fue para abrir el acceso de la juventud al parlamento; fue para Richard Shaw y para Roberto Alejos y Aquiles Faillace.
Es de esa manera como se ha ido elevando el número de zánganos en el Legislativo. Por supuesto que hay y ha habido representantes merecedores del honor y de la dignidad de representar al pueblo, pero siempre el número de anodinos superará al de los diligentes y comprometidos con la nación.
Finalmente, que no les quepa duda: Mario Taracena, de alguna manera, está cumpliendo el papel de Judas que “alguien” le encomendó a cambio del beneficio de ser elevado al trono. Él es algo así como un “testigo protegido”, es decir, un cómplice que traiciona a toda la banda, o bien un “colaborador eficaz”, conocido en estos tiempos telenoveleros de héroes de papel como un “pinche sapo”.