Oscar Clemente Marroquín
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Cuando algún redactor le pasaba una nota hecha a la carrera y con abundantes errores, mi abuelo la rechazaba diciendo que había sido hecha a la trompa talega, expresión que se suma a las que María del Rosario Molina nos ha recordado luego de haber caído en desuso entre las nuevas generaciones. A la trompa talega se dice de algo hecho al aventón, de malos modos, mala gana, sin esmero, con descuido y desinterés, razón por la cual se me vino la expresión pensando en la prisa legislativa que está mostrando el Congreso de la República, dizque para atender el clamor popular en temas de reforma política y de la reforma institucional del Estado.
La primera de esas leyes hechas a la trompa talega fue la que reformó el régimen interior del Congreso de la República, específicamente en el tema del transfuguismo que tanto devalúa a la figura de los diputados. El célebre caso del diputado Giordano que ha roto todos los récords a su corta edad es impresionante porque nos confirma que la juventud o el hecho de ser “nuevos” no significa que vengan con aires más limpios, sino que tal vez con más descaro para realizar las mismas mañas puesto que si algo debe reconocerse es que a diferencia de antaño, hemos logrado crear una nueva generación mucho más pragmática que no anda perdiendo el tiempo en cuestiones como la solidaridad o románticos principios.
Pero no es que se trate únicamente de un descuido en esa ley sino que es evidente que en la misma hubo intención expreso y bien meditado para dejar abiertas puertas para el transfuguismo porque al final de cuentas no es únicamente el partidito de Avemilgua el que quiere ampliar su bancada sino que todos están dispuestos a recibir cualquier tipo de bazofia con tal de incrementar su potencial de votos sabiendo que a la hora de negociar cada curul tiene su peso específico.
Nótese que se abrió una caja de pandora cuando se publicó el detalle de lo que ganan los empleados del Congreso por virtud de un perverso pacto colectivo que no fue producto del espíritu de la negociación colectiva de condiciones de trabajo sino de los intereses espurios de una dirigencia sindical que se aseguró privilegios extraordinarios y diputados que se despacharon con la cuchara grande para beneficiarse del caos con la posibilidad de colocar a sus paniaguados o, peor aún, de beneficiarse en grande con el negocio de las plazas fantasma.
Pero en el fondo nada ha cambiado, porque la danza sigue y los nuevos diputados gozarán de la posibilidad de tener iguales prebendas y de hecho ya se hicieron contrataciones con plazas muy bien pagadas para un montón de gente que tiene que vivir mamando de las tetas del Estado.
Creo que es importante que nos detengamos a pensar que no basta con la diarrea legislativa que pueda producirse sino que los ciudadanos debemos escrutar cada ley para establecer si la misma no es un nuevo gol que nos meten, como con lo del transfuguismo, porque está visto que los diputados no cambiarán por las buenas sin una efectiva presión de la opinión pública.