Eduardo Blandón
Así como hay espacios privilegiados para el crecimiento del espíritu y las ideas, pienso, por ejemplo, en los templos e instituciones de enseñanza en todos sus niveles, se pueden hallar lugares para la depravación y el vicio. Y no es necesario pensar en lupanares porque los hay también aquellos que lucen como puntos de diplomacia y alcurnia intelectual, sin que necesariamente lo sean.
Uno de esos lugares rancios es el Congreso de la República, mercado donde transitan personajes sacados de novela negra: conspiradores, delatores y zánganos. Perezosos y sujetos muy a la idea de Musil: hombres sin atributos. Humus adecuado para la germinación del vicio y la degeneración de lo noble.
Un lugar tan corrompido, habitado por obreros irresponsables (políticos, se hacen llamar o «servidores públicos»), no puede ser sino motivo de vergüenza. Más aún cuando el parasitismo larvado en su interior vive del impuesto de sus contribuyentes. Situación embarazosa que sirve para guardar las apariencias y proclamar un estado democrático inútil por los réditos exiguos recibidos por la población.
Reconocer nuestra miseria, sin embargo, no debe ser motivo exclusivo de desahogo. Más tardamos los periodistas en lamentarnos que los diputados en acordar una nueva movida mendaz. Lo conveniente es fiscalizar, presionar y denunciar. Estar en guardia para no dejar al parlanchín a merced de su conciencia inclinada siempre al mal. Sin ese juez severo representado en sus conciudadanos, no tendremos espacios públicos diferentes al que ahora conocemos y nos llena de vergüenza.