Lucrecia de Palomo
Hace algunos años le obsequié a una amiga muy querida, para Nochebuena, un espejo. No era un espejo común, era de aumento de imagen. Ocho veces más se reproducía del original en ese autorretrato. Cuando yo lo redescubrí, como una necesidad, pues la edad no me permitía maquillarme correctamente, fue todo un hallazgo, me hizo sentir mucho más confiada al salir de mi casa. Por ello desde entonces, muchas veces escojo ese artefacto para dar a mis queridas compañeras de vida.
Para mi sorpresa, la mañana de Navidad, muy temprano, recibí una llamada telefónica de ella. En mi mente me iba a dar las gracias por un regalo tan especial, según yo. Su primera frase fue: “¡te paseaste en mí! sabía que estaba arrugada, pero no para tanto”. Después de un silencio de mi parte me dijo “ahora me veo hasta la última arruga”. Empezó a reír, reímos juntas.
En el último año, cada titular publicado por un medio de comunicación con respecto a corrupción, nepotismo, abuso de poder, enriquecimiento ilícito, etc. me recuerda la plática anterior y siento algo similar a lo que le pasó a mi amiga. Este autorretrato social que se exhibe nos permite detenernos para ver lo que ya sabíamos que allí estaba, pero sin la certeza. Hemos aprendido a vivir con esas feas “verrugas” porque la impunidad e indiferencia no nos permiten ver con claridad aun cuando se presentan indicadores todos los días que nos muestran la verdad: la pobreza y falta de desarrollo económico y social de la gran mayoría de ciudadanos.
Lamentablemente nosotros no redescubrimos el espejo, tuvo que ser alguien extranjero -la CICIG- quien mostrara la imagen real, donde ocho o más veces nos estamos viendo reflejados. ¿Por qué antes no logramos hacer? Varios son los aspectos que considero deben de tomarse según mi propia experiencia: El primero es que a las instituciones que deben tener el espejo no les dan los recursos económicos necesarios para funcionar, son las cenicientas del Estado; ya que ni al Ejecutivo ni al Legislativo, quienes formulan el presupuesto, les interesa que se vean sus propios tumores, de los cuales se benefician. El segundo, que también tiene que ver con dinero, es la manipulación que se logra de algunos medios de comunicación, quienes forman opinión en la ciudadanía. Tercero, cuando un ciudadano quiere hacer valer el Estado de Derecho, para denunciar le hechos, también el poder o dinero bloquea las Cortes.
Como ciudadanos y luego como miembro de Cámara de la Educación, los educadores estuvimos manifestando las nefastas políticas del Mineduc, las ilegalidades en sus acciones, mismas que llevan casi 20 años. Se nos tildó con diferentes epítetos y nunca, ni en los medios ni en las Cortes se tuvo resultados que beneficiaran la educación nacional. Muchos de los expedientes presentados en las Cortes permanecen engavetados o resueltos con sentencias basadas en premisas falsas. Hoy se nos da la razón, la educación nacional retrocedió.
Ese espejo debe estar en posesión de cada ciudadano, para verse y poder tomar acciones antes de salir de su casa. El problema de Guatemala, que es institucional, inicia en lo personal.