Oscar Clemente Marroquín
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Durante muchos años he criticado la forma ostentosa y cínica en que nuestros presidentes se han desplazado por el mundo recurriendo al favor de quienes les prestaban aviones privados a cambio de prebendas y compromisos que se pagaron con dinero del pueblo o mediante favores que, de todos modos, significaron un castigo para la población en general, como fue hacerse de la vista gorda de los manejos que con el precio del gas propano se hicieron por años porque el presidente de turno tenía que hacerse el baboso porque volaba en los aviones de los distribuidores de ese producto.
En el gobierno de Pérez Molina cambió la situación porque el Presidente empezó a viajar en el avión que según se afirma, fue adquirido por Roxana Baldetti y estaba a disposición tanto de ella como del general Pérez Molina, pero cualquiera que conozca la vida de la exvicepresidenta tiene que entender que un medio de transporte de ese tipo no podía salir más que de la corrupción propia de la actividad política.
Esta semana el presidente Jimmy Morales viajó a Quito, Ecuador, para participar en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, Celac, y lo hizo viajando en clase turista, en un avión de línea comercial, situación que causó sorpresa en otros viajeros que se dirigían a Quito cuando se enteraron que entre ellos iba un Presidente Latinoamericano que ni siquiera usó la primera clase para viajar con mayor comodidad.
El gesto es sencillo, pero tiene importancia en el sentido de que marca un notable cambio de estilo con respecto a las prácticas del pasado. El mandatario guatemalteco no recurrió a alguno de sus financistas o alguno de sus nuevos amigos, como han hecho casi todos en el pasado, para conseguir un medio de transporte privado que le llevara a la capital de Ecuador y eso tiene importancia en el sentido de que no se adquirieron esos compromisos que en el pasado le han hecho tanto daño al país porque todos los favores se pagan y en el caso de los que se hacen a un Presidente de un país con las debilidades institucionales del nuestro, el costo de ese pago es equivalente a un ojo de la cara.
Puede aceptarse, sin duda, que el gesto es importante, pero que tiene mucho de publicitario; en política todo son percepciones y la percepción que se deriva de ese simple gesto son importantes y permiten que se aliente alguna esperanza. Desconfiados como tenemos que ser porque desafortunadamente nos han visto la cara de babosos muchas veces, es natural que exista la suspicacia, pero no se puede negar que este caso puede considerarse como un gesto ejemplar y muy positivo.
La dignidad de la Presidencia de la República no se menoscaba porque el presidente tenga que hacer las cosas como el resto de los ciudadanos. Si algo enalteció siempre a quien hoy es admirado como expresidente de Uruguay, José Mujica, fue esa su actitud de vivir como el resto de sus compatriotas y eso, en verdad, no es poca cosa.