Martín Banús M.
marbanlahora@gmail.com

No sé si deberíamos llamarle hipocresía, a ese doble rasero con el que frecuentemente se expresan algunos individuos, ya sea por escrito o verbalmente, mismos que sabiendo y comprendiendo ya, sin duda y claramente cuál es la verdad y cómo han sido las cosas, se permiten opinar desde la falsedad, la necedad y/o la mentira. Podría ser, quizás, que se trate más bien de pura cobardía; es decir, esa falta tan notoria de decisión y templanza que brinda, ya no sólo la honestidad, sino además, la incondicional búsqueda por la verdad misma, para reconocer y sobreponerse de los errores de opinión o de acción en los que se pudiera haber incurrido.

Todos cometemos errores, y nadie está libre de volverlos a cometer, pero lo que resulta verdaderamente tan lamentable como asombroso, es esa enfermiza actitud tan destructiva y frecuente en nuestro país, con la que se pretende sostener lo insostenible después de tanto haber visto y oído; aunque también es cierto, que tales actitudes puedan tratarse de pura y simple perversidad.

La historia reciente de Guatemala nos ha dividido a los guatemaltecos, básicamente, entre dos posturas ideológicas, mismas que en su momento se presentaron a sí mismas como la panacea, aquella medicina que cura todos los males… Sin embargo, nuestra falta de agudeza aunada a una enorme irresponsabilidad general, nos negó la posibilidad de poder escoger otra cosa no fuera entre la caca y el popó. Nos faltó imaginación, honestidad y sobre todo, buena voluntad de verdaderos patriotas. Tristísimamente, nos polarizamos en un absurdo sangriento que duró 36 años, para dejarnos divididos más que antes… Ese fragmento de historia teñido de rojo, nos marcó tan profunda y negativamente que, después de poco menos de 30 años de ya firmada “la paz”, estamos más jodidos y perdidos que cuando comenzó la ignominia.

Pocas fueron las familias que no se enlutaron en ese tiempo por esa versión guatemalteca de la barbarie, que fuerzas externas se encargaron de alimentar con pecho y pacha, en cada bando… Cada uno de los involucrados habrá de darle cuentas a su creador, porque lo que nos hicieron en Guatemala, quizás lo expliquen pero jamás lo podrán justificar… Ambos bandos se las arreglaron para traernos el infierno a esta tierra del quetzal. Ambos son y siguen siendo además, responsables por pretender justificar acciones y acusarse recíprocamente por el desmadre criminal e inútil que aceptaron armar en este país, a la vez de aislarnos y desprestigiarnos internacionalmente… ¡Marionetas con ínfulas de patriotas!

Al final, ni derechas ni izquierdas hicieron nada más que ensangrentar al país por el que decían luchar. Ninguno de los dos bandos, llámeseles como se les llame, dejaron algo útil y trascendental para las nuevas generaciones que no han recibido sino un país atrasado, ignorante, irresponsable y plagado de injusticias y corrupción, peor de como era antes de esa guerra fratricida a la que prefieren llamar sólo, “conflicto armado interno”.

Ninguno de los dos bandos reconoce su derrota y ambos, demencial e inexplicablemente, enarbolan la bandera de un triunfo inexistente, como si el país hubiera trascendido todos aquellos flagelos propios del tercermundismo, un tercermundismo que paradójicamente fue la excusa para aquel Movimiento, -con “m” de maldición-, 13 de noviembre, nacido paradójicamente, también del ejército mismo… No cabe duda que no hay peor cuña que la del mismo palo…

Ante la ciudadanía despierta, objetiva y al menos medianamente ilustrada, ambos bandos perdieron… Ninguno puede estar moralmente solvente ni satisfecho por lo sucedido y por lo que provocaron, sino avergonzados… Aunque somos de la opinión de que no hubo un genocidio como política institucional o de Estado, sí sabemos que hubo masacres, ¡…y qué masacres! ¡No nos perdamos en aspectos de semántica! Que tire la primera piedra el que esté libre de culpa… Y aunque la desproporción de tales masacres es grande, se sabe que las hubo de ambas partes… No vengan ahora, ni a justificarse ni a señalar al otro… ¡Váyanse al carajo!

Entre ambos grupos nos hicieron recordar aquellas desgraciadas guerras “santas” y sus millones de muertos, que Papas iniciaban “en nombre de Dios”; tan desgraciadas como las madres de quienes las impulsaron, manipulando perversamente a gente ni más ni menos que idiota… Algo semejante a lo que pasa también en nuestros días, aquí y allá…

Un legado, el de la guerra civil, que continúa presente sin más resultados que el de los 150,000 muertos y desaparecidos, y toda la oceánica tristeza que nos invadió a todos, en un país que resultó tan, tan pequeño para tan grande perversidad…

Ambos fallaron, cada uno a su manera, pues en lugar de ayudar al país, se pasearon en él y lo siguen haciendo al mantener posturas irreconciliables que ahondan nuestra división, con sus actitudes de machos imbéciles e irreflexivos, defendiendo lo indefendible y pretendiendo justificar, repetimos, lo que apenas se puede explicar…. Nos condenaron al atraso eterno, porque en vez de ponerse sabia y noblemente de acuerdo, prefirieron dividirnos haciendo gala de una sustancia gris producida en el entrepierna, y de una testosterona que se segregó en el cráneo. Entre ambos, nos asesinaron, nos extorsionaron, nos secuestraron y nos restringieron la libertad, de una forma o de otra, llenando nuestros recuerdos infantiles de terror… Todos guardamos en la memoria aquellos años de inseguridad, de bombas, de cateos, de retenes, extorsiones, muertos en las cunetas y balaceras diarias…

Hoy, estamos pagando carísima, la ausencia de extraordinarios intelectuales de derecha e izquierda, asesinados cobarde e inútilmente, tan sólo por su forma de pensar…

Son muchos los ciudadanos que aun creen que la verdad está en uno de tales fatídicos extremos del espectro político. Pero cada vez somos más los que comprendemos y podemos percatarnos de que ambas tendencias estaban y están equivocadas.

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