Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

En el sector privado de Guatemala se conoce al dedillo la obra de Milton Friedman porque, como he dicho infinidad de veces, no cabe la menor duda de que el hombre más influyente del país en la segunda mitad del siglo pasado fue el doctor Manuel Ayau, fundador y sostenedor de la Universidad Francisco Marroquín que alcanzó un notable nivel académico y se convirtió en centro de propagación de las ideas del libre mercado, lo cual ha sido considerado absolutamente válido y lícito en el país, no obstante la forma en que se cuestionó por años, hasta de manera brutalmente violenta, que la Universidad de San Carlos promoviera ideas contrapuestas de socialismo.

Pero ya tenemos que estar acostumbrados a la existencia de dobles raseros para juzgar y manejar los argumentos sobre situaciones que en el fondo son idénticas. Como pasa ahora con la propuesta de que por decreto se establezca un valor de la moneda norteamericana al gusto de los exportadores aunque ello pueda perjudicar al resto de los guatemaltecos.

El asunto es que Milton Friedman, uno de los gurús más venerados de la economía de libre mercado, siempre estuvo contra esa tendencia a andar buscando almuerzos gratis y precisamente es lo que ahora algunos de sus discípulos en el país están tratando de obtener. Parafraseando a Friedman podríamos decir que si no se interviene en el tipo de cambio y se deja que el mismo sea dictado por las reglas del mercado, la gente de Guatemala estaría mejor. “¿Quién saldría lastimado? Un puñado de gente que ha estado recibiendo subsidios del gobierno a costa del resto de la población. A mi manera de verlo esto se acerca bastante a ser un almuerzo gratis.”

Lo mismo vale para el tema de los salarios, puesto que por principio los seguidores del libre mercado se oponen a que el Estado establezca salarios mínimos, pero cuando se trata de que se establezcan salarios “más mínimos que los mínimos”, con perdón del contrasentido semántico, no terminan de abundar en razones y explicaciones de por qué el Estado sí tiene que dictar ese tipo de medidas, teóricamente para atraer la inversión, como si la misma no dependiera de muchos factores además del de la competitividad salarial.

Creo que valdría la pena que esos fervientes defensores del libre mercado refrescaran sus ideas mediante renovadas lecturas de las enseñanzas de teóricos como Friedman y al hacerlo seguramente se les caería la cara de vergüenza por esa desfachatez que tienen para andar de pedigüeños en busca de un almuerzo gratis en vez de ponerse a producir y competir explotando las enormes facilidades que se les da en un sistema donde, ciertamente, se dejó un enorme espacio a la mano invisible del mercado para que se convirtiera en el gran rector de la economía. En Guatemala el Estado no puede siquiera auditar a las petroleras para que ajusten sus precios con prontitud a la tendencia mundial porque el libre mercado se lo impide, pero resulta que si debe meter las manos para dar gusto a los exportadores y fijar por decreto un valor devaluado de nuestra moneda.

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