El nuevo Presidente de la República escogió el camino tipo Guateámala que encuentra en las estrofas del himno nacional la inspiración para hablar de las grandezas de un país y convocar a todo el pueblo a unirse en la alabanza a una nación que, contra lo que reza el himno, aún mantiene a pobres que son como esclavos que lamen el yugo y en el que hemos sufrido muchos tiranos que escupen la faz de una patria secuestrada por poderes fácticos que se han convertido en los usufructuarios de la riqueza nacional.
En cambio, el también recién investido Presidente del Congreso escogió un camino distinto al romper con la tendencia de mantener ocultos datos como la planilla de los trabajadores del Organismo Legislativo y destapó una olla de grillos al poner en evidencia cómo es que Guatemala es sangrada por negociaciones espurias que se realizan a espaldas de la población y que se traducen en privilegios para los políticos. Porque parte del problema está en que esos sueldos escandalosos encubren la existencia de muchas plazas fantasma o de empleados que se ven obligados a firmar la nómina por una cantidad que luego tienen que repartir con el diputado que los colocó en el puesto.
La Guatemala de hoy no va a cambiar porque hablemos bien de ella ignorando lacras que la están destruyendo. El nuevo gobernante tiene que reconocer que recibió un mandato claro para cambiar las cosas y no para entretener la nigua con palabras propias de un motivador o pastor, pero no de un estadista que entiende el momento histórico que estamos viviendo y la necesidad que hay de emprender un camino serio de transformación institucional que nos libre del dominio que la corrupción y la impunidad imponen en el ejercicio mismo del poder.
Ya hemos probado con la elección de gobernantes que se presentaron como ni corruptos ni ladrones, pero la verdad es que el problema no se resolvió porque nunca le entramos a la mera macoya de la corrupción ni decidimos establecer controles. Aún y cuando el gobernante sea probo, cosa esa sí que hasta hoy no hemos probado, si no existe auditoría y fiscalización, verá que sus colaboradores al ver el arca abierta seguirán pecando aunque sean justos, porque esa afirmación de la sabiduría popular no es inventada sino una absoluta realidad.
Querer es poder y hace falta un compromiso que demuestre que hay deseos de cambiar al país. Y no hace falta hacer cosas extraordinarias, sino simplemente dar ejemplos de transparencia como el que dio el polémico Mario Taracena que puso ya la pica en Flandes.