María José Cabrera Cifuentes
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El fin de semana recién pasado se llevaron a cabo las elecciones presidenciales en la República de China (Taiwán), la cual resultó en la elección de Tsai Ing-Wen del Partido Democrático Progresista como mandataria de esa nación. Esto representa un momento importante en la historia posrevolución de la isla, toda vez que es la primera ocasión en que una mujer resulta electa para dirigir el país. De igual forma significará un rompimiento con la línea que desde hace algunos años había estado siguiendo el presidente actual Ma Ying-Jeou.
Tradicionalmente, la isla ha sido gobernada por el Kuomintang. –KMT– partido fundado por el padre de la China moderna Sun Yat-Sen y posteriormente liderado por el Generalísimo Chiang Kai-Shek, y que solo en una ocasión, anterior a la actual, había sido derrotado, esto ocurrió en el año 2000 cuando Chen Shui-Bian asumió la Presidencia.
En los últimos años, durante el mandato del Presidente Ma Ying-Jeou, tanto la República de China como la República Popular de China habían tenido un acercamiento cuando menos diplomático. La apertura del mandatario Xi Jinping, representante de la China Continental significó un atenuante en las difíciles relaciones entre ambas poblaciones desde que la facción comunista de Mao derrotara al nacionalismo que encarnaba Chiang Kai-Shek. Esto en ningún momento significa que se acercara una reunificación de “las dos chinas”, simplemente la aproximación de estas.
En este tiempo se lograron avances importantes en las relaciones entre ambas naciones, se puede mencionar un amplio acuerdo comercial firmado en 2010 y una tregua diplomática en la que ambos países acordaron no quitarse aliados, acuerdo especialmente importante para Taiwán.*
Con la llegada al poder de Tsai Ing-Wen y el Partido Democrático Progresista se avizora un significativo retroceso en el estrechamiento de los lazos entre ambas naciones lo cual representaría un regreso al pasado y al enfrentamiento latente que traería consecuencias indeseables para ambas repúblicas.
Por un lado, la economía taiwanesa que ha sido innegablemente próspera, podría verse afectada ya que se ha fortalecido por la relación comercial con China Continental. Ejemplo de ello es que al menos 2 millones y medio de taiwaneses tienen negocios en China y este representa el 40% de las exportaciones de la isla, además del creciente turismo y otras inversiones mutuas. Muchas personas, no obstante, perciben esto como una amenaza al significar una dependencia de Taiwán hacia China.
Por otro lado, el sentir independentista propio del Partido Democrático Progresista podría ser el motor que revierta los procesos de acercamiento entre ellas y retrasar así los avances diplomáticos, políticos y económicos alcanzados que tarde o temprano llevarían al reconocimiento de dos chinas por ambas partes.
Lo aquí expuesto no son más que especulaciones, sin embargo, en algún momento podrían convertirse en realidad. En Guatemala el tema nos es ampliamente relevante debido al papel estratégico que jugamos en la política de “una China” al reconocer a la República de China como tal. Si se habla de intereses, la permanencia de la pugna nos resulta conveniente al continuar recibiendo el pago que se nos hace por ser necesarios en el reconocimiento de una República y que se ha convertido en una dádiva política desde el inicio de dicha alianza.
Sin embargo, en términos de soberanía y globalización, sería conveniente derribar los muros que siguen enfrentando a las naciones por viejas rencillas y actuar con libertad con respecto al resto de países. La existencia de ambas Chinas es una realidad y le corresponde a quienes dirigen a ambas repúblicas asumir el reto de moverse hacia el futuro en el que las poblaciones puedan auto determinarse.
*Esta es la razón por la que el amplio debate que se ha puesto en múltiples ocasiones sobre la mesa en Guatemala acerca de la posibilidad de rechazar a Taiwán como aliado y sumarse a las líneas de China Continental es infructuoso.