Alfonso Mata

Hoy por hoy los ciudadanos eminentes o no, ricos o pobres, mantenemos en estas tierras, relaciones con los fuera de la ley por justificado temor por la vida y los bienes u otras ambiciones o necesidades, lo que nos vuelve y mantiene a muchos, por encima de la ley. Pero lo peor es la pobreza humana a que conlleva al individuo, a la familia y a la sociedad, y la degradación e infección con que ataca la política, el estado y la justicia.

En la Guatemala actual, vivimos, sentimos y nos movemos, inmersos dentro de una «democracia de la violencia» dentro de la cual, papel protagónico lo tiene el narcotráfico y sus actores, lo que poco a poco ha ido formando una sociedad de protector y protegido, en que se infiltra sigilosamente en todos los estratos y niveles sociales el consumidor, el distribuidor, el productor, provocando violencia y criminalidad, cuyo combate invita también al uso de la violencia y genera convenios entre delincuentes y funcionarios que se zanja de un tú a tú y cuya continuidad va más allá de la vida de sus miembros, generando un cambio de mentalidad social e individual de convivencia, tolerancia y aceptación.

Tarde o temprano, jóvenes y adolescentes, ante una sociedad que les abre tan pocos espacios de oportunidad, se lanzan a formar parte de la estructura del narcotráfico, en donde pueden ganar más dinero y espacio social en poco tiempo a la vez que envenena su pensamiento y su alma y predispone su voluntad y mente, para pasar a moverse al margen de la ley.

La máxima de que todos los estratos de la población guatemalteca están sangrados y afectados por el narcotráfico, no debe ser tomada con resignación, es una verdad sobre la que hay que trabajar desde la justicia y otros frentes.

A la sociedad debe enseñársele, que mientras exista la posibilidad de producir, distribuir y adquirir droga, no podremos estar seguros que no nos alcanzará el problema a los que actuamos de mirones ante él. A la fecha, el Estado y los gobiernos, no han hecho más que cavar un hoyo hondo con su dejadez ante el problema y el resultado es que cayó dentro, pues cavó un precipicio sin vallas donde agarrarse y en él se precipitan constantemente culpables e inocentes, políticos y funcionarios.

Así pues, condición indispensable para un sólido ataque al narcotráfico, es una participación social y política conjunta. Los cambios y la solución, no vendrán con castigar con cárcel al que se logre agarrar o de incautar lo que se pueda. La solución está en generar políticas, estrategias y programas, que no resulten difíciles de plantear; pero aún más, de implementar acciones con claridad honradez y justicia, sin olvidar que el problema empeora de generación en generación.

También debemos estar claros que para atacar esa problemática, una solución nacional no es suficiente, se necesita de un proceso regional e internacional, que apoye y contribuya a accionar dentro y fuera de los territorios nacionales, cosa en que el mundo ha fracasado, mostrando lo inadecuado de las propuestas e intervenciones actuales.

Los actores de este drama, superan en la actualidad el papel de los Estados y las acciones de la comunidad internacional. Consumidores, proveedores y productores, no tienen límites en su actuar actual y es por eso que la cantidad de cosas que hay que hacer para inutilizarlos, rebasa la intersectorialidad y penetra la sociedad propiamente dicha. Pero lo fundamental en todo ello, es la coordinación: el examen cuidadoso de la familia, del funcionamiento de los tribunales, la honradez de los representantes legislativos y de los funcionarios públicos.

Todo en conjunto debe ser conocido y atendido: la utilidad y capacidad de la educación, la calidad de los medios de comunicación, los estilos y modos de vida de los estratos sociales y considerarse, cómo cada uno de ellos, puede participar y cambiarse en aras de mejorar. La solución en buena parte, está en la equidad y oportunidad en todos los sentidos y espacios de la realización humana, cosa que estamos aún lejos de lograr. El mal que provoca la corrupción, y la falsificación de la justicia, la educación y la opinión pública mal dirigida, a que da lugar el narcotráfico, es uno de los principales escollos al desarrollo de la democracia guatemalteca, permitiendo que nuestra juventud se aferre a esa lotería con grandes premios por azar y muchos sepulcros.

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