Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Cuando Alejandro Maldonado asumió el poder se sabía que iba a tener muy poco tiempo para poder ser el gran promotor de reformas, pero él mismo dijo que impulsaría el debate respecto a los ajustes que requería nuestro sistema, pero lejos de hacerlo, se aseguró de apuntalar la manera en la que operan las cosas.

No contento con lo anterior, a finales del año pasado, encampanado por algunos desesperados empresarios porque las cosas no les caminan en el Congreso, se recetó la famosa medida de los salarios diferenciados y luego fue a perder los papeles a Guastatoya para terminarse de pintar de cuerpo entero.

Y justamente hace unas semanas escribí del riesgo que tenía Jimmy Morales de terminar siendo un Alejandro Maldonado, es decir, un presidente sin ton ni son, que se limite a decir que espera que la gente reaccione pero no se compromete a liderarnos para que juntos podamos incidir en el cambio.

Al escuchar y leer las declaraciones del presidente electo, no se puede determinar un rumbo muy claro, pero habrá que ver lo que ocurra a partir del viernes para empezar a medir su compromiso con la reconstrucción de Guatemala.

Su hermano Sammy, quien no podrá ejercer ningún cargo, está llamado a ser esa voz de razón, de conciencia y de sinceridad; esa voz que se debe escuchar después de que se cierre la puerta y salga el último adulador en la agenda del futuro presidente.

Hay que estar muy cerca del poder para entender cómo es que la gente de pronto se vuelve “amiga”, “con interés por el funcionario” y “deseosa de ayudar”, pero sus hechos demuestran sus verdaderas intenciones y de esa gente es la que hay que cuidarse, pues estos además de meterse como víboras, tienen la capacidad de “escabecharse” a quienes le hagan ver la realidad a quien ejerce formalmente el poder.

El nuevo Presidente tiene que entender que habrá críticas con sustento, y que ello es parte del ejercicio del poder y debe ver el caso de Maldonado en Guastatoya como un caso de poca tolerancia; a esta ciudadanía un tanto más despierta, esos actos de exasperación no sientan bien.

Si Morales entiende que la gente lo puede llevar en hombros, si traduce la reacción popular en hechos concretos que puedan componer la forma de hacer política y enfrentar los vicios del sistema, su presidencia puede ser diferente.

El nuevo Presidente debe entender que la operación del Estado se ha complicado a su máxima expresión para evitar la fiscalización y para favorecer los negocios y el tráfico de influencias, y que si utiliza sus poderes para impulsar reformas que reviertan esa realidad, algo tan sencillo, pero tan importante como lo de tecnificar las escuelas le serán más accesibles.

Morales puede entender que en lugar de vacunar a los alumnos o a sus padres que a duras penas podrán pagar la luz de su casa, puede impulsar reformas para que las empresas de telefonía, por ejemplo, puedan apoyar con las tabletas y el Internet para las escuelas, y que sus aportes sean 100% gastos deducibles de impuestos.

Y así podría seguir enumerando varias cosas que a mi juicio el presidente electo podría llevar a cabo y que estando en su lugar realizaría, pero el mensaje macro es que ojalá Morales no sea otro funcionario que llegue al poder a pasar el tiempo, a hacer o dejar que se hagan los negocios que se le ocurran a sus allegados y a apuntalar un sistema que es un excelente fabricante de pobres.

De él dependerá si querrá su presidencia con gloria o si querrá que la suya termine como la de Maldonado, con más pena que gloria.

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