Martín Banús
marbanlahora@gmail.com

“Q7 mil 13 millones en programas sociales durante ocho años y empeoró la pobreza…”

Este es el título de un reportaje de Kimberly López, aparecido en este vespertino el día 5 de enero del presente año. El reportaje se hace acompañar de una foto de media página en la que, en medio de lo que parece ser uno de los tantos botaderos de basura o ripio del país, aparece un muchachito de no más de 3 años de edad, descalzo, tirado en el polvoriento suelo, acurrucado sobre un costado, con su cabecita apoyada sobre su brazo izquierdo que le sirve de almohada, mientras juega con una pequeña moto de juguete… ¡Qué escena más desgarradora!

Al ver la foto, se nos vino a la mente la imagen de aquel otro niñito sirio de la misma edad, tendido en una playa, ahogado en su intento por alcanzar costas europeas… ¡Simplemente no hay palabras! ¡Se contrae el corazón!

Sin embargo, así están millones de niños guatemaltecos víctimas de la irresponsabilidad de sus padres, de la ineficiencia del sistema político del país y por último, de la inconsciencia general de todos los guatemaltecos que seguimos viendo la miseria con indiferencia y como parte del folclor. Sin duda carecemos de una de las virtudes más elevadas del ser humano: ¡la empatía! ¡Eso no tiene madre y habla muy mal de todos nosotros! Mientras semejante realidad exista en nuestro país, deberíamos dejar de cantar el himno, porque ante tal realidad sus notas y su letra, carecen de sentido; así también la monja blanca se marchita, la ceiba se enjuta y la bandera se destiñe y ondea a media asta…

Hay muchas cosas que podrían ser cuestionables y hasta ser consideradas medias verdades o verdades relativas si se quiere, pero lo que sí es un hecho irrefutable, rechine quien rechine y le arda a quien le arda, es que tales programas sociales encaminados a asistir en lo más básico a aquellas personas de escasísimos recursos, nunca, nunca serán suficientes mientras el índice de natalidad sea más acelerado que el del crecimiento económico del país. ¡Pura y dura matemática! Este es un principio fundamental, válido a nivel de persona, de familia, de empresa y de país. Quien no asume los compromisos adquiridos, se vuelve de una u otra manera, en un criminal. En ese sentido, Guatemala está plagada de criminales que en más de algo incumplen con sus compromisos…

Se trata de una triada endemoniada… Por un lado, la irresponsabilidad de no afrontar las consecuencias de los propios actos (comenzando por la paternidad irresponsable); por otro, la ausencia irresponsable de instituciones que velen para que los primeros paguen su irresponsabilidad; y por último, la tradicional indiferencia de todos los demás, que solo velan por el derecho de su nariz, pero yendo al culto o a misa… En fin, aquí estamos: un pueblo desnutrido, analfabeta, sin techos suficientes, violento, corrupto y ladrón, ¡pero “demócrata” y satisfecho!

¡El nuevo gobierno no podrá hacer nada! Pasarán los cuatro años, y la yunta seguirá el mismo camino que hasta ahora… Han salido del pueblo y a menos de que asombren a propios y extraños, caerán en la corrupción y se lavarán las manos, tal y como lo haría el 99.999% de los guatemaltecos… Aun cuando se tratara de guatemaltecos excepcionales en lo ético, en su capacidad y visión, no podrían hacerlo en tan sólo cuatro años y con tantos intereses espurios en su contra… En esos términos no hay democracia que sirva ni aguante, al menos al inicio, porque Dios en su infinita misericordia, puso en el mundo a muchos más cabrones que buenas personas… ¡Ni modo!

La democracia es para pueblos conscientes y responsables, con cultura democrática, pueblos que actúan permanentemente de buena fe, asumen sus responsabilidades, comenzando por atender como es debido a sus propios hijos, gente que se indigna ante la injusticia más pequeña, no digamos ante cuadros como el de la foto descrita… Con democracias malentendidas como la nuestra, es imposible siquiera, enderezar el rumbo de este perdido y pobre lanchón bautizado, Guatemala.

Resulta imperativo, pues, insistimos, adaptar el sistema a un Proyecto de Nación que ni siquiera existe y que debemos primero crear, (se aceptan iniciativas y colaboradores) para luego apuntalarlo constitucional y legalmente.

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