María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

Recientemente conmemorábamos los 19 años de la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera. Acuerdo que se logró con el trabajo arduo de múltiples sectores, negociaciones en las que estuvieron involucrados, además de los bandos enfrentados, la sociedad civil, las iglesias Católica y Evangélica así como haber contado con la participación y financiamiento copioso por parte de la comunidad internacional.

El acto fue, como era de esperarse, rimbombante y hasta cierto punto conmovedor, asistieron diplomáticos, funcionarios y personalidades de la sociedad guatemalteca. Hubo discursos y múltiples alusiones a la ilusión de eso que llamamos paz y que en Guatemala pareciéramos no haber terminado de entender de qué se trata.

Pocos días después surge la noticia de que varios de los militares que son presuntamente responsables por algunas de las atrocidades cometidas durante los años de cruento enfrentamiento armado, han sido capturados y que deberán someterse a procedimientos judiciales para comprobar su culpabilidad o inocencia.

Alrededor de este hecho explotan una serie de reacciones que evidencian que en Guatemala continuamos estando muy lejos de iniciar con ese proceso de reconciliación que hace tantos años debió comenzar, pero que la radicalización de los ideales de quienes se decantan por uno u otro bando hacen imposible.

Renacen ahora los sentimientos patrióticos de los partidarios de los militares quienes afirman que la libertad de la que gozamos hoy en día se la debemos a los soldados que lucharon por el país librándonos así de la amenaza comunista.

Por otro lado se intensifican las antiguas cantaletas de que las injusticias fueron perpetradas por los opresores capitalistas y vuelve a tomar relevancia el debate eterno sobre si hubo o no genocidio. Vuelven con toda su fuerza los defensores de los grupos guerrilleros a quienes exculpan y pintan subjetivamente como mártires de la guerra.

Y afloran también de nuevo los sentimientos de los que, como yo, creemos que el abordaje actual de lo acontecido en la guerra es retrógrado, sectario y oportunista. Los que creemos que tanto uno como el otro bando se continúan valiendo de lo suscitado para lograr beneficios personales en donde lo que prima genuinamente está lejos de ser el ideal y se constituye en el interés individual, interés que no construye patria sino la destruye, interés que bajo la máscara de la paz esconde fuego, violencia y sangre.

Las inconformidades acerca de lo que sucedió tras el cese al fuego siguen estando a flor de piel y es verdad, muchas de las acciones que se siguen tomando están caducas y han demostrado carecer de cualquier efecto positivo. Tal es el caso del Plan Nacional de Resarcimiento que se ha convertido en nada más que un negocio (últimamente también se ha escuchado casos de presuntos estafadores) por el que los guatemaltecos tenemos que seguir pagando.

Mucho es lo que se puede decir acerca de la etapa en la que la sociedad guatemalteca pareciera continuar, algunas cosas ya se repitieron hasta el cansancio, otras no parecieran importarle a nadie. Lo cierto es que a 19 años de la firma de la paz y 26 años de la caída del muro de Berlín, los guatemaltecos nos seguimos esforzando por mantener fría la guerra. Por momentos se entibia un poco, pero jamás se ha logrado ponerle un definitivo punto final.

La intolerancia, el odio y la polarización son elementos que seguirán pesando en la construcción de un Plan de Nación común, del trazo conjunto de un destino y el derrotero para alcanzarlo. La reconciliación continúa siendo un sueño borroso y lo seguirá siendo hasta que entendamos que la paz no es producto de la firma de un papel, que tenemos que construirla todos juntos, hombro con hombro, aunque nuestras ideas no coincidan. Debemos entender que la justicia no es relativa, que la memoria histórica no es selectiva y que el perdón es la única vía para alcanzar la paz que después de tantos años sigue siendo tan solo una quimera.

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