Es obvio que nuestro nivel de subdesarrollo y el abandono en que se encuentra el país y al que ha sido sometida su población, nos obliga a pensar exclusivamente en las exoneraciones fiscales y los bajos salarios como elementos para atraer inversiones, puesto que ni la infraestructura del país, ni las facilidades de comunicación, ni mucho menos la seguridad física y la seguridad jurídica, pueden reputarse como «gancho» para que los inversionistas piensen en Guatemala como lugar de destino de sus capitales, no digamos la existencia de una mano de obra calificada que pueda interesar a empresas de manufactura más demandantes, pero que dejan mejores rendimientos al país donde se instalan.

La ausencia de un fuerte mercado interno es otro factor que impide pensar en otro tipo de inversiones más allá de las maquilas que andan viendo dónde consiguen la mano de obra más barata, las menores regulaciones laborales para poder exprimir al trabajador al máximo y las más atractivas tasas de exoneración de impuestos. Se trata de industrias que no requieren de grandes capitales en activos fijos, puesto que rentan generalmente los locales y su gran fuerza está en la mano de obra que tiene que ser extraordinariamente barata para que se convierta en aliciente para la inversión. Desde luego no es el tipo de trabajo que genera especialización y forma al trabajador para que pueda en el futuro aspirar a otras actividades más remuneradas, pero sí es el tipo de negocio que necesita y requiere de la mano de obra más barata posible.

Viene a cuento todo lo anterior porque no conociendo cuál es la política de desarrollo que se propone implementar el futuro gobierno, si es que está pensando en ese tema, es oportuno mencionar que no podemos seguir amarrados al modelo actual de pensar que la maquila es la única opción para generar empleo. Se dice que para alcanzar la capacidad de ofrecer mano de obra calificada y otras ventajas competitivas pasará mucho tiempo y que hay que conformarnos, por lo menos, con el empleo que genera la maquila, pero la pregunta es ¿cuándo jocotes vamos a empezar a invertir en el desarrollo que cambie esa paupérrima perspectiva?

Porque la educación es un desastre y con futuro cada vez más incierto gracias a las ocurrencias de Pérez Molina y su Ministra que resultó buena para comprar mochilas. La infraestructura es una calamidad que salta a la vista, no ha seguridad ni certeza jurídica como se ve con los fallos judiciales. Las comunicaciones no son confiables ni hay mercado y eso nos condena a ser maquileros. ¿cambiará eso algún día?

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