El gobierno de Alejandro Maldonado Aguirre parecía listo para pasar a los anales de la historia sin pena ni gloria, luego de haber asumido el poder interinamente para sustituir al general Pérez Molina y dirigir la transición iniciada con las elecciones generales que llevaron a la segunda vuelta en la que resultó triunfador el futuro presidente, Jimmy Morales.

Pese a la turbulencia nacional por el escándalo de corrupción, el gobierno provisorio no tomó acciones ni para recomendar reformas al sistema ni para adelantar acciones que evidenciaran su coincidencia con los reclamos populares. Pero se entendía que siendo un gobierno de muy corta duración no podían pedirse peras al olmo, sobre todo luego que el desafortunado accidente ocurrido cuando bajaba gradas hablando por teléfono celular, proyectó la imagen de un hombre mayor en silla de ruedas.

Mucho se hizo aplacando ese clamor popular vía unas elecciones que consagraron al sistema y le dieron nueva legitimidad al Congreso y a la vieja forma de hacer política; de suerte que con llegar al 14 de enero para colocar la banda presidencial al nuevo mandatario, garantizando que ese sistema, que Maldonado siempre defendió y apuntaló tan vehementemente en la misma Corte de Constitucionalidad, pudiera seguir operando sin sobresaltos, el provisorio habría cumplido sin pena, pero también sin gloria ese su paso por la Presidencia de la República.

Pero al dejarse influenciar por un pequeño sector del empresariado que sigue pensando que el costo del desarrollo se tiene que trasladar al trabajador, única y exclusivamente, mediante la aceptación de salarios inferiores al mínimo de ley, Maldonado alteró esa placentera ruta que llevaba. El resbalón le hizo mostrarse de una forma que él nunca quiso dar a conocer como su propia naturaleza, y en Guastatoya explotó el verdadero ser al exaltarse a sí mismo como un autor de muchas obras edificantes y descalificar a los que lo critican como vagos, idea que en realidad existió en tiempos de su abuela, cuando cualquier intelectual era considerado como un vago porque no hacía trabajos manuales que eran los reconocidos como laboriosos en esos tiempos.

Ahora nadie se acordará del mesurado y tranquilo Alejandro Maldonado Aguirre que con tono paternal daba consejos y enviaba misteriosos mensajes en redes sociales como para espolear a los intelectuales a quienes, como los ancianos de antes, él también considera unos vagos.

Hay circunstancias en la vida en las que la hoja en blanco puede escribirse con letras de oro; Maldonado Aguirre la tuvo pero la dejó pasar, y además emborronó la cuartilla cuando perdió la compostura.

Artículo anteriorNinguna pista todavía
Artículo siguienteEn la cultura popular abundan los capos reales y ficticios