Eduardo Blandón

«No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra.»
Nietzsche

El demonio es el padre de la mentira. Así insistían los curas y la iglesia a la grey recomendando la honestidad que, según ellos, era la virtud que sostenía las relaciones humanas. No se puede vivir en sociedad sino a través de la sinceridad que lleva al otro a la confianza en la palabra dada. Lo demás son puros cuentos.

Nunca como hoy, sin embargo, lo falaz está de moda. En el mercado, por ejemplo, los vendedores hacen trampas con las pesas, se ofrecen productos no legítimos (vendidos como originales), el cambista da billetes falsos y si se puede, el comerciante tima sin piedad. Como si fuera imposible medrar siendo honestos y leales con los clientes. Se miente casi por deporte.

Mienten los políticos, ya se sabe, y hoy no hablaremos de ellos (muy aburrido en diciembre). Más bien escribiremos de los intelectuales que en ocasiones se presentan como niños de primera comunión, pero que también son tramposos (no sé cuántos, pero cada vez son más). Preocupan las triquiñuelas deshonestas de los investigadores, los científicos, los destinados a generar conocimiento, debido al robo de información (copy-paste) del cual no pueden sustraerse. La búsqueda de gloria inmediata, los atenaza y los condena.

Los medios de comunicación social también tienen deuda con sus lectores (muchos de ellos). Son hijos del demonio al presentar sesgada la información, al trasladarla desbalanceada, al provocar el escándalo gratuito, cuando es deportivamente amarillista. Igualmente merecen el infierno cuando en sus páginas solo albergan columnistas de una determinada ideología y permiten que el infame escriba, el mendaz y el que trabaja para otros. Bien harían en depurar sus páginas y dejar que la jauría emigre a otra parte.

Mentimos y ya estamos anestesiados. Nos sentimos tranquilos. Pactamos con nuestra conciencia. No somos dignos de confianza. Hasta los animales nos superan en lealtad. Puede que sea esa ambigüedad de nuestras vidas la que nos tiene también de rodilla en un mundo lleno de fantasía e ídolos fabricados a la carta. Es posible que los curas hayan tenido razón al decir que este mundo ha sido tomado por el mismo demonio. Así de apocalíptica y oscura es nuestra situación.

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