Jorge Mario Andrino Grotewold.
@jmag2010
El pasado 18 de diciembre se celebró el Día Internacional del Migrante establecido por el Sistema de Naciones Unidas desde el año 2000 para honrar a aquellas personas que al salir de su comunidad y su país, aportan a diferentes culturas con su entusiasmo, su esperanza y su deseo de superarse. Pero también se celebra en conmemoración de quienes pierden la vida o su integridad física o mental en el proceso de migración o al intentarlo.
Quienes migran a otros países deben necesariamente establecerse como personas que en medio de una adversidad, ya sea económica –principalmente– pero también social o política, alcanzan a movilizarse grandes distancias y a superar álgidos obstáculos con el propósito de mejorar sus condiciones de vida y al mismo tiempo, aportar a la sociedad en la que participan, sin olvidar –en la mayoría de los casos– a la sociedad que dejan, derivado de su identificación y pertinencia cultural.
El migrante no busca delinquir o esconderse. Persigue una oportunidad económica-social diferente (mejor) que la que tiene y reconoce en su gran medida que el país y la sociedad en la que vive actualmente no representa una oportunidad para desarrollarse, por lo que busca para sí y para su familia mejores condiciones de vida. Para ello trabaja, ahorra y aporta a la sociedad que le acoge, respetando sus reglas, aun cuando a veces son injustas y desiguales. No olvida a quienes le ayudan a llegar a su meta, son agradecidos(as) y leales en todo momento, especialmente para con quienes en su nuevo hogar o sociedad, les dan espacios de participación comunitaria, religiosa, laboral, social, económica, deportiva y tanto más. Y al agradecer este gesto y ser leal a ello, se convierten en una materia prima extraordinariamente útil, beneficiosa y valiosa para esta sociedad y para ese país. Tan importantes se convierten, que se les extraña en su propia tierra, por lo productivo que resultan en suelo ajeno.
Además de todo, como sucede en el caso de Guatemala, su contribución a la economía familiar y nacional, mediante las remesas que envían, hacen una diferencia sustancial. Esta situación es innegable e incuestionable desde los indicadores económicos hasta los sociales, lo que hace más difícil entender la razón por la que los Estados que reciben a los migrantes y también aquellos de donde se originan y que se benefician con sus remesas, no facilitan sus traslados y condiciones de viaje, mediante acuerdos políticos, económicos y sociales, pero ante todo, humanos. Las múltiples violaciones y vejámenes de las que son víctimas los migrantes en sus trayectos, son lamentables y fácilmente subsanables, con la simple voluntad de los decisores de política exterior, política económica y de derechos humanos.
Claro está que nadie desea que sus conciudadanos se vean obligados(as) a migrar, especialmente porque no establecen condiciones de desarrollo para ellos(as), pero la migración es una decisión personal, motivada siempre, pero cada individuo hace las acciones que consideran son las mejores para su metas y las de su familia. Por ello, no existe justificación alguna por la que un Estado no apoye en su totalidad a quienes migran. Sin embargo, ni política, ni presupuestariamente se han alcanzado condiciones que favorezcan a los migrantes y por el contrario, las violaciones a sus derechos humanos aumentan cada vez más.
Y el fondo millonario destinado por los Estados Unidos al triángulo centroamericano, permitirá mejorar algunas condiciones de la población, pero no destina apoyo a niños(as), mujeres, hombres y hasta ancianos que migran. Si no se aprecia el aporte desde donde vienen o hacia donde van, los migrantes además de su travesía, tienen un largo recorrido, que debe ser acompañado siempre, de corazón y con políticas públicas.