Jorge Santos
Buscando información relevante sobre la Educación Integral en Sexualidad encontré una fotografía que me llamo poderosamente la atención, en tanto que refería “soy un hombre libre, porque no me aprisionan los celos, porque no me atormenta la mujer perfecta. Porque cuando amo, acaricio y no golpeo, porque soy padre como la madre, siempre presente, porque a mi amor no lo condiciona el sexo, porque no soy Ken ni necesito una Barbie. Soy un hombre, porque no aprisiono a la mujer libre”.
La fotografía llamó mi atención, al recordar las conversaciones que solemos sostener los hombres, cuando deseamos manifestar nuestro aparente alejamiento del machismo. Recordé usar frases tales como “yo ayudo en casa”; “yo lavo trastos” o “yo puedo planchar y trapear” y lo diametralmente opuesto que era el significado de la frase en la fotografía, en tanto que el propósito de la misma, hace pensar en las múltiples dimensiones en las que hombres y mujeres convivimos y en las relaciones de poder que mantenemos en cada una de esas dimensiones. Luego pensé lo que vivimos en Guatemala; la segunda ciudad con los mayores índices de muertes violentas de mujeres en el mundo.
Recordé que en este país, las mujeres cuentan con menores oportunidades que nosotros y que las desigualdades son extremadamente marcadas. Y es que si bien el sistema patriarcal ha sido diseñado para generar esas desigualdades y el modelo de desarrollo y Estado guatemalteco las profundiza, cabe señalar que los hombres no hemos hecho lo necesario para romper no sólo con las cadenas de opresión contra la mujer, sino con las que a nosotros, nos impide ser hombres libres.
Y es que si nosotros mismos no nos cuestionamos nuestro proceder como género, sin lugar a dudas dichas desigualdades continuarán y seguirán marcando las múltiples violencias en el país, desde aquella que se comete en el seno del hogar en contra de niñas y mujeres, hasta la de carácter económico que produce la pobreza.
Recientemente en un evento realizado por el Population Council, la Coordinadora Residente del Sistema de Naciones Unidas Valerie Julliand hizo referencia a datos que al igual que la fotografía observada me cuestionaron profundamente; en tanto que hacían alusión a que en Guatemala el 16% de las adolescentes urbanas han estado embarazadas alguna vez y el 24% de las adolescentes rurales (ENSMI 2013-2014). También describió que en 2014 5 mil 119 niñas menores de 14 años estuvieron embarazadas, lo cual es tipificado como violencia sexual y que 66 mil 144 adolescentes y jóvenes mujeres entre los 15 y 19 años también lo estuvieron. Sin lugar a dudas, todos estos datos y la realidad tan sobresalientemente cruda, me cuestiona como hombre y me lleva a pensar que la lucha en contra de la opresión y violencia que se ejerce contra la mujer desde que nace, no es exclusiva de ellas, sino que de nosotros también y debe de empezar por cuestionarnos desde lo más sutil como el lenguaje, hasta lo más profundo como nuestras relaciones de poder en el hogar, el trabajo y los espacios públicos.