Javier Estrada Tobar
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Está por concluir un año en el que el extremismo dejó ver su faceta más salvaje, feroz e inhumana, a través de los actos de varios grupos terroristas, pero principalmente del Estado Islámico, Boko Haram y Al Shabaabm, que publicitaron por diferentes medios de comunicación sus acciones contra personas y grupos particulares, en su mayoría inocentes y ajenos a sus “cruzadas” ideológicas con trasfondo económico.
Esas organizaciones dejaron una estela de terror y dolor en muchas personas, principalmente en África y Europa, y le recordaron al mundo el grave problema que representan los extremismos políticos y religiosos, en una explosiva mezcla con el tráfico de armas y el trasiego de capitales oscuros.
Pero también dejaron en evidencia a los otros extremistas, aquellos que no encajan en la definición de terroristas, pero también hacen mucho daño a través de sus iniciativas y propuestas que generan odio, división y rencor en las sociedades, y que fuera de control también pueden llegar a representar un problema para la seguridad nacional.
Un caso claro lo representa el aspirante a la candidatura presidencial republicana, Donald Trump, quien recientemente apoyó la creación de una base de datos obligatoria que serviría para ubicar a los musulmanes en Estados Unidos, luego de los atentados terroristas ocurridos recientemente en París.
Volviendo la vista al pasado, la idea de Trump me hace recordar la estrategia que permitió a los nazis ubicar a las poblaciones judías en varios países europeos, aprovechando los datos estadísticos y censales que se habían realizado tiempo antes de le época de la ocupación, en la antesala del triste Holocausto judío.
Y el del republicano no es un caso aislado. Aunque con un lenguaje más moderado que Trump, Marine Le Pen también tiene un discurso extremista en cuanto al trato para las poblaciones migrantes en Francia; Nikolaos Mijaloliakos hace lo suyo como líder del partido neonazi griego Amanecer Dorado, y los casos se replican en Italia, Noruega y muchos otros países europeos.
En Guatemala, por supuesto, no estamos exentos de esta situación, y creo que también estamos llamados a hacer una revisión sobre extremistas, los que sacan partida a de la polarización social para conseguir beneficios, y no me refiero solo a individuos, sino a instituciones que encuentran en el odio y el resentimiento un nicho para establecer sus negocios.
Es importante dejar en evidencia a los que insisten en ensanchar la grieta que divide a las ideologías políticas, religiones y grupos sociales, con el fin de debilitar cualquier posibilidad de organización que contribuya a encontrar soluciones a los verdaderos problemas que enfrenta el país.
Creo que la llegada de un nuevo año es también una nueva oportunidad para replantearnos como sociedad, pasar un examen de conciencia y apuntar a lo que queremos para el futuro; el resultado debería ser una construcción social plural y diversa, en la que definitivamente no deberían tener cabida los extremistas.