Raúl Molina
Durante las jornadas de abril a septiembre, abandonamos nuestro individualismo y rompimos la apatía y el escepticismo que nos caracteriza, particularmente a la clase media, para pasar a la acción colectiva y atisbar la potencialidad de la mutua solidaridad. Estos aspectos, por encima de posiciones políticas e ideológicas, han permitido que los colectivos en lucha sigan hoy activos y, de alguna manera, se reorienten a una nueva etapa de desarrollo. Hay una nueva actitud, que no fue afectada ni por el triunfo de expulsar a Pérez, Baldetti y más de otros cien funcionarios corruptos, ni por la derrota de ver cómo el sistema político quedaba sin cambio, debido a la trampa del proceso electoral. Ahora, frente a 2016, reafirmamos nuestra conclusión de que para lograr los cambios mínimos que el país necesita, no queda más opción que continuar la lucha.
Para quienes participamos en el Movimiento por la Dignidad fue logro clave redescubrir la importancia de la acción colectiva. El síndrome del “supermán”, falsa idea anglosajona de que el individuo resuelve todo solo, humildemente cedió el paso a reconocer que “una golondrina no hace verano”. Si no se ponen en marcha grandes colectivos, es difícil imaginar un movimiento exitoso y menos lograr los numerosos cambios que el país necesita. Era una utopía en abril pensar que se podían expulsar los corruptos en el gobierno; pero se logró con determinación y firmeza. Aún más, se logró también la separación de algunos políticos del Congreso y candidatos, así como magistrados corruptos. Pero falta mucho más: la utopía de cambiar de raíz el sistema político. Para alcanzarla, hay que fortalecer dos valores esenciales: el espíritu comunitario y la solidaridad mutua. El ambiente navideño es propicio y los colectivos que participaron en la lucha, por propia iniciativa se han lanzado a organizar convivios de celebración, en los cuales surgirán ideas y aflorará el sentimiento de solidaridad. En esta ocasión, la solidaridad acompaña el Adviento de los cristianos, no por la vía del consumismo sino que por la vía de la fraternidad: identificar como iguales a los demás.
Si estamos decididos a construir la Nueva Guatemala bosquejada en el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, cuyos 19 años se cumplirán este 29 de diciembre, debemos pasar a formas de “organización comunitaria”. Este tipo de organización es la que ha permitido a diversos pueblos subsistir, como en el caso de los judíos, pueblos indígenas, esclavos de Estados Unidos y otros, como los palestinos a lo largo de décadas de lucha por tener su país y los sudafricanos para lograr su victoria frente al “apartheid”. Pero esa organización comunitaria, que también se practica en la gran mayoría de las iglesias cristianas, no puede dedicarse solamente a satisfacer necesidades internas; debe proyectarse para cooperar con los demás y ayudarlos, particularmente si se define, como ahora, el objetivo común de refundar el Estado de Guatemala. No va a ser fácil; sabemos que a los “poderosos” les conviene el Estado fallido y el caos político y social. Sin embargo, ¡la Nueva Guatemala es posible, con organización comunitaria y solidaridad!