Estuardo Gamalero
ajustandovelas@gmail.com
“En tiempos de hipocresía, cualquier sinceridad parece cinismo” -William Somerset Maugham
En Guatemala, al igual que en el resto del mundo, hay personas que por diversos motivos atacan la empresarialidad. Algunos lo hacen menospreciando al empresario, otros tergiversando las leyes del mercado, varios manipulando el texto y el contexto de la biblia. Hay varios (de moda) que simplemente reciben patrocinios con la consigna de dañar la institucionalidad; éstos usualmente viven del conflicto. Y por supuesto, también hay camaleones políticos que atacan a los empresarios por una simple lucha de Poder.
Los peores, son aquellos que pretenden cambiar el presente atrapados en el pasado. Personajes que todos los días reviven las injusticias que van desde el descubrimiento de América, la Conquista, la Evangelización, la Industrialización, el mercado bursátil hasta la explotación laboral.
Personas especialistas en generalizar y hablar en “absolutos”. En sus discursos despotrican sin misericordia en contra de cualquier persona que tenga un negocio. Más aún, si suponen que ese negocio empezó con algún privilegio, es grande, formal, rentable, paga sus impuestos, genera trabajo y motiva inversiones que se traducen en desarrollo.
Como todo en la vida, hay buenos y malos empresarios. De la misma manera que hay buenos y malos médicos, abogados, sindicalistas, trabajadores, sacerdotes, pastores, políticos, banqueros, periodistas, militares, maestros, etcétera. Así también, se ha puesto de moda satanizar a los empresarios que deseen apoyar, participar o proponer en la agenda política del país. En ese sentido las razones, también son válidas: empresarios mercaderes que llegando o colocando gente en el Poder, hacen del Estado su agente financiero, una sucursal de sus negocios o se aprovechan para conseguir ventajas infundadas y en detrimento de la economía de mercado y por consiguiente del Bien Común.
Cada vez que escucho o leo sobre «ataques a la empresarialidad», automáticamente conexo los argumentos con uno de los siete pecados capitales: la envidia: “Ese Sentimiento de tristeza o enojo que experimenta la persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee”. La envidia puede darse de arriba hacia abajo: “el Jefe que no quiere que el empleado tenga más que él”, en mi opinión, eso más bien se llama “complejo”; la envidia de abajo hacia arriba: “el pobre que codicia todo lo que su superior tiene”; la envidia lateral: la que los propios hermanos, compañeros u homólogos sienten cuando uno de ellos mejora respecto a los demás. Esta es la que en Guatemala conocemos como “olla de cangrejos”.
Léame bien: con mis apuntes de hoy no pretendo defender lo indefendible. No justifico, ni excuso, la enorme desigualdad social que existe en el área rural del país; el abandono del Estado hacia los más necesitados; los abusos y aprovechamiento que delincuentes cometen en sus negocios, argumentando que son empresarios. Esa clase de personas confunden la libertad con el libertinaje de mercado.
Mi punto, es que dichas enfermedades no son culpa de la empresarialidad. Los departamentos y municipios con mayores niveles de comercio y mercado ofrecen más oportunidades de desarrollo a sus habitantes.
No tengo que ser un libertario o un fanático mercantilista, para preguntarme ¿Qué clase de sociedad productiva podemos tener, si en ella se ataca permanentemente a la empresarialidad, no se fomentan las inversiones, no se incentiva la generación de empleo, no hay certeza jurídica, la clase política se enriquece a costa del pueblo y por si fuese poco, no se procura la competitividad de las empresas en relación a los competidores de otros países?
Recibo con satisfacción los pronunciamientos de las diversas Cámaras Empresariales, en el sentido que: un empresario corrupto cuyos actos trasgreden la ley, automáticamente es un infractor y en el peor de los casos, un delincuente. Los mismos medios de comunicación y sus comunicadores, periodistas y reporteros que defienden la libertad de expresión y la libre emisión del pensamiento, deben darse cuenta que las estructuras de sus medios de comunicación, no son más que empresas que pudieron ser creadas por la visión de un inversionista y porque existe el derecho a la propiedad privada.
Irónicamente, la vida nos va enseñando que aquellos políticos y sociópatas que se rasgan las vestiduras destruyendo la empresarialidad y desincentivando la riqueza, una vez ostentan el Poder, se convierten en los peores déspotas, ladrones y cínicos empresarios-delincuentes. Si no me cree, vea, lea y entérese de cómo viven esos “románticos revolucionarios” y sus familias, que viven del conflicto o que llegan al Poder atacando el capitalismo y proponiendo la redistribución de la riqueza.
Un principio fundamental del desarrollo social, es que hay que generar riqueza, no dividir o castigar a quien la produce. El que la produce lo que debe hacer es actuar apegado a la ley y si no lo hace que se le sancione.
Como padre y en el anhelo de un mejor futuro para sus hijos pregúntese: ¿En dónde espera que trabajen sus hijos y qué clase de negocios desea que tengan si permitimos que se destruya la empresarialidad?