Raúl Molina

Hace pocos días, tuve la oportunidad de asistir al concierto de Illapu, uno de los grupos simbólicos de la Nueva Canción chilena, a lleno completo, en el Teatro Municipal de Santiago, en donde tocaron su música llena de consciencia social y solidaridad con los pueblos en lucha. Al ver al público de pie, y sus atronadoras respuestas a las canciones, no pude menos que pensar, con emoción, que si en Guatemala aún creemos y decimos “¡mientras haya pueblo, habrá revolución!”, en Chile se puede afirmar “¡mientras haya música, habrá revolución!”.

La relación entre cultura y revolución es analizada por Patrice McSherry, en su reciente libro “La Nueva Canción chilena: el Poder Político de la Música”. Su estudio se basa en el análisis de Antonio Gramsci, quien, reconociendo que para una revolución se requiere de condiciones objetivas y subjetivas, éstas últimas se incentivan y potencian con las manifestaciones culturales, las cuales llevan a establecer, a su vez, una cultura contrahegemónica de y en las masas. La Nueva Canción chilena produjo una revolución cultural –no a la música importada, particularmente versiones del rock and roll- pero igualmente contribuyó, sustancialmente, al proyecto de la Unidad Popular y Salvador Allende de transitar hacia el socialismo por la vía democrática. Enraizada en tradiciones e instrumentos de América Latina, popularizó en Chile y otras partes, la lucha “desde abajo” por crear “un Chile muy diferente”. Después inspiró y fortaleció la resistencia frente a la dictadura de Pinochet y motivó el surgimiento y desarrollo de la solidaridad internacional con Chile y otros pueblos en lucha, hasta llegar al final de las dictaduras militares. Hoy acompaña a la juventud chilena, motor de cambios, y a mineros, pueblos indígenas, defensores de los recursos naturales y la búsqueda de una nueva Constitución.

En Guatemala, está en su fase germinal una nueva revolución; pero ahora no es armada. Al romperse el temor y la apatía de las capas medias, en abril de 2015, con la lucha sostenida para expulsar a Roxana Baldetti, primero, y, finalmente, a Otto Pérez, en septiembre, y contra la corrupción y la impunidad, las condiciones subjetivas en Guatemala han dado un salto cualitativo. Al sostenido movimiento social y popular se agrega hoy la protesta ciudadana. Para muestra, varios comprometedores nombramientos de Jimmy y Maldonado han sido rápidamente rechazados por diversos sectores, aún antes de la transición de uno a otro. Muchos colectivos de la lucha ciudadana se han reorientado después de las elecciones, para proponerse reformar el Estado, mediante un Pacto Social nuevo, que se refleje en una Constitución distinta. En esta lucha, las manifestaciones culturales han jugado un incipiente papel, no solamente mediante la música sino que también con murales, presentaciones, uso de medios de comunicación social y otros medios que, una vez modificados, sirven para la comunicación entre amplios sectores sociales. Revolucionemos la cultura y logremos que ésta acompañe a la población en su nuevo proyecto revolucionario. En la Plaza de la Constitución, el 14 de enero, la “oposición real” necesita una gran explosión cultural.

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