Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Después de los encendidos discursos de ayer contra la corrupción, nos toca volver a la realidad que nos demuestra la necesidad de reemprender la lucha porque aquí todavía nada ha cambiado y porque, lejos de eso, los corruptos se han ido afianzando gracias a las facilidades que da el sistema y la mejor prueba es que muchos de ellos se preparan para volver a tomar posesión de sus cargos a mediados de enero próximo, ya sea en el Congreso de la República o en las municipalidades del país, gracias al espaldarazo que les dio la población en las últimas elecciones.
Ya vamos viendo como poco a poco los jueces nuevamente sacan las uñas y envían a sus casas con medida sustitutiva y ridículas fianzas a los que han robado el dinero público, como ocurrió ayer con el caso de Fodigua. Vemos cómo el sistema protege a los presos VIP con privilegios bajo el argumento de que el Sistema Penitenciario no cumple con asegurarles condiciones dignas, lo que debiera abrir entonces la puerta para que todos los presos recibieran idéntico trato y no únicamente aquellos que, curiosamente, tuvieron la potestad y el poder de resolver el problema y no movieron un dedo para hacerlo pero ahora, cuando están al otro lado de la reja, se dan cuenta de cuán míseras son las condiciones de las cárceles.
La lección de lo ocurrido ayer es que tenemos mucho trabajo por delante y que como sociedad no podemos ni debemos bajar la guardia y resignarnos a que la corrupción es un mal mundial, intrínseco al ser humano. Guatemala llegó a los niveles espantosos que ahora sufrimos porque hubo un largo período de absoluta indiferencia de la gente que no solo no repudiaba la corrupción sino que recibía a los corruptos como semidioses en el Olimpo, abriéndoles de par en par todas las puertas en tácito reconocimiento de que en el pensamiento colectivo se admira al “astuto” que sabe cómo volverse millonario en el ejercicio de cualquier cargo público y más aún si ese largo es alguien que presume de alcurnia porque entonces sí que todo mundo les rinde pleitesía.
Si desde los tiempos de Ydígoras, cuando empezó a construirse el sistema de la corrupción descarada y voraz, la gente hubiera sido escrupulosa para repudiar a los sinvergüenzas en todos los estratos sociales, no hubiéramos llegado a donde estamos hoy, al punto de que quienes amasaron fortuna dando concesiones o recibiendo mordidas, se han convertido en poderosos e influyentes personajes.
Gracias a la Comisión Internacional Contra la Impunidad que tomó la bandera de investigar los casos de corrupción, el ciudadano guatemalteco salió de su letargo e indiferencia, ayudando sobre todo con su presencia en la plaza a iniciar acciones para desmontar el sistema. Pero está visto que no alcanza ese aporte para todo lo que queda por hacer. Tenemos que volver a la lucha, volvernos aún más exigentes y puntuales para demandar transparencia y que aquí no quede santo parado entre todos esos pícaros que por años han mangoneados fideicomisos y presupuestos para volverse ellos y sus allegados, la nueva casta de millonarios que hoy se pasean rodeados de guardaespaldas.