Carlos Figueroa Ibarra
Nunca olvidaré mi plática con un Comité de Defensa Sandinista (CDS) en una Managua que en diciembre de 1979 todavía mostraba las huellas de las cruentas batallas que le dieron fin al somocismo. Las paredes pintarrajeadas con grafitis revolucionarios y llenas de horadaciones, productos de balaceras. Edificios destruidos y abandonados mientras en las calles se respiraba el espíritu de una revolución naciente y llena de esperanza. En alguno de los barrios de la capital de Nicaragua, asistí a una reunión de un CDS cuyo dirigente, un ciudadano común y corriente me dijo: “Yo no sé si esta revolución va al socialismo o no, lo único que sé es que el pueblo lo que quiere es que no le quiten su religión y que no haya colas”. Lo primero se cumplió escrupulosamente. Pude asistir a una celebración de la Virgen de la Purísima encabezada por el comandante Daniel Ortega y el dirigente del Partido Socialista Nicaragüense (comunista). Lo segundo no se pudo cumplir. La guerra de baja intensidad y el bloqueo estadounidense en pocos años sumieron a Nicaragua en una crisis económica, social y moral de gran envergadura. En febrero de 1990, el Frente Sandinista de Liberación Nacional y Daniel Ortega fueron derrotados por la derecha opositora encabezada por Violeta de Chamorro.
Hoy vivimos en Venezuela un momento similar. En el contexto de una dependencia nunca resuelta de la renta petrolera, un descenso de los precios del petróleo, una guerra económica desatada por los Estados Unidos de América y de una parte significativa de los sectores empresariales, de errores de gestión del gobierno, la coalición oficialista Gran Polo Patriótico Simón Bolívar ha sido ampliamente derrotada por la neoliberal Mesa de Unidad Democrática (MUD). Al obtener la mayoría calificada de dos tercios (112 escaños de 167) la derecha está en posibilidades de convocar a referendos, hacer contrarreformas, impulsar una asamblea constituyente, remover magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, del Consejo Nacional Electoral, destituir al Vicepresidente, remover al Fiscal General, al Contralor General, al Defensor del Pueblo y promover la salida anticipada del presidente en ejercicio. Las grandes conquistas nacionales y sociales de la revolución bolivariana están en peligro: la ley de tierras, la ley de hidrocarburos que ha permitido una reforma agraria y el control de las actividades petroleras, los programas sociales en materia de trabajo, vivienda, abasto, alimentación y salud, relaciones con Cuba.
Contrariamente a lo que dijo la vociferante campaña reaccionaria, la revolución bolivariana se sustentó en la democracia. Con la democracia derrotó una y otra vez a la derecha. Y con la democracia ha sido derrotada en esta ocasión. Esta es la regla de oro de los procesos revolucionarios que se han observado en Venezuela, Ecuador y Bolivia. El pueblo venezolano votó en contra de las colas, del desabasto, de la crisis económica. No votó en contra de las conquistas sociales de la revolución. La columna vertebral del MUD, anticomunista y neoliberal, tiene ante sí el reto de hacer la contrarrevolución, resolver la crisis y desmantelar las conquistas sociales.
Nada fácil.