Cuando el doctor Juan José Arévalo llamó cangrejos a ciertos guatemaltecos, lo hizo con un mensaje muy especial que tenía mucho contenido, pero el Presidente Electo de Guatemala, que habló de la olla de cangrejos frente a los migrantes guatemaltecos que acudieron al consulado de Los Ángeles, en California, recurrió a viejas ideas y viejos chistes, sin ofrecer en realidad ningún contenido importante a esos millones de guatemaltecos que hoy en día son quienes sostienen la economía de nuestro país con el envío de sus remesas.
El mensaje del señor Jimmy Morales a los migrantes fue absolutamente vacío de contenido y de compromisos, siendo tanto lo que el Estado puede hacer por toda esa gente que se sacrifica todos los días de su vida para mantener las condiciones de vida que les negó su patria y que a fuerza de trabajo y resignación, han logrado encontrar en Estados Unidos, donde muchos de ellos residen de forma ilegal e irregular, por lo que es más que urgente darles un consistente apoyo desde la red de consulados del país.
Pero más que la referencia a los cangrejos, llama la atención el viejísimo chiste del árabe que compra un camello inútil, del que no debe hablar mal para poderlo vender, en directa alusión a que no debemos hablar mal de nuestro país ni criticar lo que pasa aquí, tratando de convencer a los migrantes para que asuman la postura idílica de quienes promueven visiones fantasiosas de un país maravilloso, del que todos debemos simplemente hablar bien porque, según ellos, esa visión positiva nos sacará adelante, ignorando que quien no reconoce sus errores no podrá nunca superarlos ni salir de ellos.
Ser gobernante es una tarea muy difícil, pero sobre todo cuando quien la desempeña quiere hablar todo el tiempo porque se requiere que el mensaje sea profundo, con valores y sentido. Repetir estrofas del Himno Nacional es desconocer nuestra realidad, tan alejada de la prosa del himno y que reclama de los ciudadanos acciones firmes, comprometidas y solidarias porque todo ello es lo que nos ha faltado en Guatemala. Somos un país cuyo pueblo tiene poco compromiso y menos aún solidaridad, en el que tiramos cada quien por su lado, sin tener siquiera una visión del país que queremos y de cómo podemos construirlo.
Las moralejas siempre han sido útiles para explicar en forma sencilla situaciones cotidianas, pero no bastan para inspirar el movimiento de un pueblo en busca de su propio destino y menos cuando se usan como hubiera dicho Marx, para darle opio al pueblo a fin de que no piense en su verdadera realidad y se adormezca pensando banalidades.