Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Recién ocurrido el brutal ataque del 11 de Septiembre del 2001, comenté varias veces que el principal triunfo del terrorismo sería obligar a Estados Unidos a abandonar sus mayores virtudes y valores, puesto que las primeras reacciones del gobierno de Bush y de la misma sociedad apuntaron a eso. En nombre de la seguridad se empezó a vulnerar la libertad y la gente lo admitió como algo inevitable y necesario. Recuerdo que estaba en Nueva York, acompañando a mi hija un par de semanas después del ataque, cuando en la prensa se debatió sobre el llamado de Bush a autocensurarse para no ayudar de ninguna manera al enemigo y los medios impresos y cadenas de televisión de inmediato asumieron como válido que el gobierno hiciera esa proposición.

Los controles en los aeropuertos que obligan a los ciudadanos a someterse a inspecciones que se han demostrado inútiles en la práctica porque no impiden el paso de material peligroso son nada comparados con la forma invasiva en la que se espía a todos los habitantes del mundo, ya no sólo de Estados Unidos o de los países donde se supone la existencia de terroristas. El pueblo norteamericano aceptó renunciar a su privacidad y permitió que los proveedores de telefonía, de internet, de tarjetas de crédito y hasta los usuarios de Uber, ese novedoso sistema de taxis que funciona con plataforma electrónica, sean controlados día a día en sus gustos, movimientos y conversaciones.

Pero lo peor está llegando ahora cuando el principal candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos pide una actitud de absoluta generalización contra todos los musulmanes, reclamando que se prohíba su ingreso a Estados Unidos de manera tajante y sin ningún distingo, en una actitud que recuerda lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial contra los ciudadanos norteamericanos de origen japonés que fueron refundidos en campos de concentración en una flagrante violación de los derechos humanos. Es tan burda la propuesta de Donald Trump que hasta el presidente del Congreso, el también republicano Paul Ryan, tuvo que criticarla por su excesivo radicalismo, pero lo impresionante es que la popularidad de Trump ha crecido luego de hacer tan brutal propuesta.

En otras palabras, encuentra eco en la población norteamericana su llamado a ser radicales contra el islam y a repudiar a todo lo que sea o parezca islamismo, ignorando que los que libran esa llamada Guerra Santa son apenas una minoría de los que practican el islam.

Estados Unidos ha renunciado a valores tan importantes y sagrados como el derecho a la libre expresión, en los primeros días de la lucha anti terrorista, el derecho a su privacidad y no ser espiado ni investigado sin orden de juez basada en evidencias concretas, y ahora la más burda violación al concepto mismo de Derechos Humanos con esa actitud irreflexiva de asimilar a todo un grupo religioso al terrorismo y, de paso, llevarse a todo un grupo étnico que conforman cientos de miles de habitantes de los Estados Unidos.

Por ello veo, con mayor pena cada vez, que los terroristas están ganando la partida al debilitar la estructura de los valores norteamericanos.

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