Adolfo Mazariegos

Hace algunos días, conversando con algunos amigos, salió a colación el tema de la seguridad (o inseguridad) ciudadana. Uno de los muchos temas que a los guatemaltecos preocupan hoy día y que, sin exagerar, en muchos casos llegan incluso a quitar hasta el sueño. (Sin mencionar, por supuesto, problemáticas como la actual crisis en el sistema de salud pública, las serias complicaciones que se avizoran en educación, la falta de empleo, la golpeada economía de los guatemaltecos, el medio ambiente, la necesaria reestructuración del sistema de recaudación tributaria, y un largo etcétera que ya es imposible invisibilizar). De más está decir que no es lo mismo hablar de la seguridad del Estado que hablar de aquella seguridad a la que aspira y que merece la ciudadanía en su conjunto, aquella seguridad que debe dar tranquilidad a la población y que permita a los guatemaltecos y guatemaltecas salir a la calle sin la zozobra de saber qué les espera al abandonar las paredes de su hogar; aquella seguridad que le permita al ciudadano común caminar por cualquier calle sin el temor a ser asaltado en la próxima esquina; aquella seguridad que le permita a las guatemaltecas regresar a sus casas sanas y salvas después de una jornada laboral o estudiantil, sin el temor a ser ultrajadas, violadas o incluso asesinadas… Justamente, hablar de ese tema con varios amigos a quienes les ha llamado la atención y que mostraron preocupación al respecto al conversarlo amablemente conmigo, me hizo reparar en algo en lo que muy difícilmente reparamos hoy en día (dado que prácticamente ya nos hemos acostumbrado a ello y por lo tanto lo vemos como algo “normal”, aunque no lo sea): la cantidad de agentes de seguridad privada armados que vemos en la calle a cual más chapinísimo estilo de aquellos westerns tipo “Bonanza” o “El gran Chaparral”, que hace años se veían sólo en la televisión o en alguna de esas películas de Hollywood tipo John Wayne o Clint Eastwood. Esto, sin duda, es sintomático de un alto nivel de descomposición al que ha llegado ya la sociedad guatemalteca y que refleja, entre otras muchas cosas e indudablemente, esos altos niveles de inseguridad que actualmente vive el país (aunque cualquiera quiera negarlos) y la poca capacidad de las instituciones del Estado en ello. Resulta asimismo innegable la manera en que hemos empezado a convivir con naturalidad en escenarios en los que, ver un guardia portando una escopeta que apunta a cualquier lado, montado en la parte trasera de una motocicleta, mientras otro conduce esquivando autos y muchas veces subiéndose a las aceras o espacios prohibidos, es algo “normal”… Hay una interrogante y una preocupación en el ambiente con respecto a ello: ¿a qué más tendremos que acostumbrarnos cuando andemos en la calle, si todo sigue como va hasta ahora?

Artículo anteriorPanthers se mantienen como el único equipo invicto
Artículo siguientePorque se puede, nadie sin hogar