Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt
@JAVIEResTOBAR
La decisión del juez Miguel Ángel Gálvez de enviar a juicio a Roberto Barreda por el femicidio de Cristina puede entenderse como un logro importante para la familia Siekavizza y sus amigos, pero también para la sociedad guatemalteca, porque con las resoluciones apegadas a derecho poco a poco vamos adquiriendo confianza en el sistema de justicia, que hasta hace solo unos meses parecía una ficha más en el ajedrez de la impunidad.
A pesar de que aún hace mucho para depurar a las instituciones, hoy los guatemaltecos sabemos que hay fiscales y jueces honestos que trabajan de forma independiente y que anteponen sus principios sobre las presiones de los grupos de poder, pero más importante es saber que los funcionarios corruptos tienen claro que sus acciones y decisiones son fiscalizadas por la ciudadanía, y que tarde o temprano tendrán que pagar por su delitos.
Puedo decir que sentí un gran alivio ayer, cuando me enteré que Gálvez resolvía que se debe realizar un juicio para Barreda y su madre, Ofelia de León por el delito de amenazas, pero en medio de la satisfacción también resurgen otro tipo de sentimientos, pues los pasos de la justicia no borran el daño causado por los victimarios de Cristina.
La acusación en el Caso Siekavizza evoca uno de los momentos más trágicos de esta historia. «Usted la agredió físicamente, la privó de su libertad y la golpeó hasta causarle la muerte. En el inmueble se encontraban la señora Olga Petrona Say y los menores Roberto José Siekavizza y María Mercedes Siekavizza», rezaba un documento publicado ayer.
Pocas personas pueden hablar con conocimiento de causa sobre el sufrimiento de Cristina y sus hijos, especialmente en los días previos al femicidio, pero sí hay muchas mujeres que atraviesan situaciones similares y viven atemorizadas por sus parejas, hermanos e incluso sus padres, y no encuentran que alguien les tienda una mano para escapar de su tormento, y posiblemente esa sea su condena de muerte.
No importa lo que suceda de ahora en adelante, la familia Siekavizza ya perdió. Cristina les fue arrebatada por el salvajismo, el machismo y la violencia. Se apagó una luz y nada podrá encenderla de nuevo. Sin embargo, este caso tiene que cambiar la forma en cómo entendemos y reaccionamos ante la violencia de género, y no me refiero solo a las personas, sino también a las instituciones.
Si bien es cierto que la justicia es necesaria, por sí sola no va a solucionar el problema de la violencia de género; hacen falta recursos para crear hogares-refugio que alberguen a las mujeres agredidas y sus familias, facilitando así que denuncien a sus victimarios; se requieren autoridades sensibilizadas para atender las denuncias y operadores de justicia capaces de comprender por qué hay personas que agreden a las mujeres por su condición de género.
Ojalá que las cosas cambien.







