Luis Enrique Pérez

En Septiembre del año 1997 terminó el Décimo Quinto Congreso del Partido Comunista de la República Popular de China. Un notable producto de este congreso fue la impredecible decisión de vender empresas del Estado, y convertir parcialmente el capitalismo en un instrumento del desarrollo económico de esa nación. Luego de casi medio siglo de economía socialista, la República Popular de China reconoció, con obligada franqueza, que la empresa privada era una condición necesaria del progreso de las naciones.

El atributo esencial de una economía socialista es que los medios de producción son propiedad del Estado. El atributo esencial de una economía capitalista es que los medios de producción son propiedad privada. La economía capitalista, o capitalismo, es llamada también economía de mercado, o economía de libre mercado (aunque se supone que el mercado implica libertad económica). Así como la democracia es producto de la libertad política, el capitalismo es producto de la libertad económica. Y podemos afirmar que la democracia es un mercado político, y que el mercado es una democracia económica. El socialismo resulta ser un nombre seductor del despotismo económico, es decir, del despotismo de quienes realmente son propietarios de los medios de producción: los gobernantes.

¿Cómo fue posible que el Gobierno de la República Popular de China, que tenía todo el poder posible sobre los medios de producción, no haya podido crear empresas del Estado tan eficientes, tan capaces de competir en cualquier país del mundo, como las empresas privadas de los países que están más próximos al capitalismo que al socialismo? ¿Carecía el gobierno chino de esos extraordinarios expertos que creen que las empresas del Estado únicamente necesitan de una llamada “reestructuración estratégica, táctica u operativa”, o de una reorganización administrativa, o de una nueva planificación financiera, o de una despolitización? ¿Por qué el gobierno chino no contrató a esos expertos, para que milagrosamente lograran que todas las empresas estatales chinas fueran un modelo de éxito económico? Estas preguntas quizá podían ser respondidas por los casi 60 millones de miembros que, en la época a la que aludimos, tenía el Partido Comunista de la República Popular de China.

La reforma de la economía china comenzó hacia finales de la década de 1970, cuando era evidente el creciente fracaso de la propiedad estatal de los medios de producción. La reforma económica se inició en la agricultura. En esta actividad económica el socialismo exhibió sus primeros fracasos, provocados por el reparto oficial de la tierra. Uno de los ingredientes esenciales de la reforma económica agrícola fue permitir que los campesinos pudieran conservar la propiedad privada de los productos excedentes. La reforma económica prosiguió en la industria. En esta actividad económica se permitió alguna propiedad privada de los medios de producción.

Podemos suponer que el Gobierno de la República Popular de China no ha vendido todas las empresas estatales, sino solo algunas de ellas. Podemos suponer también que, entre algunas de las empresas que ha vendido, el Estado chino persiste en ser propietario de una parte de cada empresa. La cuestión esencial, sin embargo, no es la modalidad circunstancial elegida para la transición, todavía cautelosa o excesivamente moderada, hacia el capitalismo. La cuestión esencial es la tendencia general de la reforma económica hacia el capitalismo, y el abandono del más puro socialismo que pretendía imponer Mao Tse-tung.

Post scriptum. El Gobierno de la República Popular de China puede promover una creciente aproximación al capitalismo puro, como no ha sucedido en otros países del mundo, incluido Estados Unidos de América. Con esa creciente aproximación, la República Popular de China podría incrementar su liderazgo económico mundial. Con detenerse en las más variadas modalidades de capitalismo impuro, quizá sólo logre corregir algunos de los desastres propios de la economía socialista.

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