Eduardo Blandón

Así como nos gusta inventarnos dioses, nos fascinan los mitos, sentimos también una escondida, pero evidente pasión por la ficción.  Y uno creería que los más grandes creadores de mundos inexistentes son los escritores o los guionistas del séptimo arte (que también lo son), sin embargo, un lugar privilegiado lo ocupan los que trabajan en política. Ellos son los grandes inventores de mentiras, a todo nivel.

Prueba de ello, el escritor Sergio Ramírez en un artículo de hace algún tiempo, recordaba cómo Muamar Gadafi al ser capturado dijo algo así como “qué pasa”, “qué sucede”, con una mirada perdida y aparentemente ausente y perdido.  Fuera de lugar.  Su antigua posición, sus ensoñamientos de sátrapa y faraón, le impedían darse cuenta que vivía en una burbuja o dicho más llanamente, en un paraíso inexistente.

En nuestros lares, los políticos también viven en las nubes.  En la competencia electoral, por ejemplo, algunos aunque vayan en la cola, creen firmemente que serán los próximos mandatarios del país. Y algunos colaboradores se lo creen, no importa que sea el gatito candidato de la izquierda siempre perdedor, en sus sueños ya sienten que realizan la reforma agraria y que finalmente ponen en apuros a la clase burguesa.

Lo mismo les sucede a quienes hacen gobierno.  Se sienten intocables, suponen en sus elucubraciones fantasiosas que la justicia jamás los alcanzará.  Entonces se vuelven ridículos y se ríen de sus gobernados, como la Baldetti, convencida que su realeza sería eterna y que los servirles estarían para siempre.  No les importa la crítica ni las denuncias en tribunales, son como dioses con atributos de invencibilidad.

Evidentemente también los gobernados tenemos nuestras fantasías, una de ellas, por ejemplo, es la de creer que este gobierno de transición pondría las bases del cambio del sistema político.  Soñar con que el anciano que nos gobierna haría un gobierno con méritos mínimos capaz de ser recordado por la historia.  Sin reparar que nuestro senecto gobernante es una pieza más del sistema que desde siempre ha sacado provecho de los recursos del país.

No condeno la magia de la fantasía ni la virtud de distanciarse de la realidad para inventar mundos alternos.  Critico la imbecilidad elucubradora de los políticos que, viviendo en las nubes, no reparan en lo que ocurre en los hospitales, con los niños que mueren de hambre o la muerte violenta que nos espanta.  Denuncio la idiotez mental producida por la avaricia, el dinero y finalmente por la poca madre de nuestros políticos inmorales.

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