Luis Fernández Molina

Todas las culturas (boreales) han referido a noviembre como el mes de los muertos (a excepción de los romanos que era febrero). La temporada gris empieza simbólicamente el 31 de octubre que la imaginación popular lo identifica como Halloween, día de brujas, etc. Con noviembre llegan los días lóbregos y cortos, y el frío. La tierra cae en letargo en la noche del eterno ciclo de la existencia. La oscuridad tiene también su evolución, su período, de noviembre hasta marzo; meses sin sol hasta que en abril la naturaleza se vuelve a abrir a la vida.

En el imaginario popular la civilización egipcia está asociada al culto de la muerte: momias, tumbas, deidades, etc. Pero es lo contrario, los egipcios eran devotos de la vida, pero de la vida eterna y para ellos la muerte física no era más que un umbral, un paso necesario para acceder a aquella otra existencia. Eran conscientes de que este mundo es temporal, pasajero, vano y por ello todos sus esfuerzos se encaminaban a lograr la inmortalidad una vez sus corazones dejaran de latir. La vida era una preparación para después de la muerte.

Es claro que en la antigüedad no había ediciones masivas de libros. La imprenta habría de inventarse hasta el siglo XV DC. Sin embargo, 3 mil años antes, en el siglo XV AC se copiaba con mucha profusión un papiro imprescindible para la otra vida. Los arqueólogos y buscadores han encontrado más de 25 mil copias de este texto. Mal llamado “Libro de los Muertos” su título debía ser “Libro de la Salida al Día” y era la pieza más valiosa que se colocaba –enrollada– a la par de las momias o en tumbas. En sentido estricto era un libro de magia, de ensalmos, sortilegios y encantos que el difunto debía pronunciar para ir avanzando en los laberintos del otro mundo ¡El poder de la palabra! Se han reconocido 186 conjuros que varían ligeramente según la época y la disposición del escriba.

El más representativo –por ser el mejor conservado– es el Manuscrito de Ani, fechado cerca de 1250 y contiene 65 de esos conjuros. Si se extiende (desenrolla) este pergamino alcanza casi 24 metros. Contiene jeroglíficos y dibujos –viñetas—de un alto contenido artístico cuyos matices, a pesar de los siglos, se mantiene vivo. Ani ha de haber sido un ciudadano de clase media alta y con esfuerzo habrá adquirido el manuscrito –que era muy caro— pero habrá muerto tranquilo sabiendo que en su sarcófago iban a colocarlo. ¡Ay quien no tuviera ese “chivo” en aquellos esotéricos pasadizos! Era la hoja de ruta y contenía los conjuros para repeler al escarabajo gigante –Asharu—que sería el primero en salir al paso al recién fallecido. Luego debía cruzar por la Sala de los Juicios y jurar ante los jueces no haber violado ninguno de los 49 mandamientos divinos. Finalmente se presentaría el alma ante el gran tribunal de Orus, el dios con cara de halcón hijo de Osiris e Isis, quien tenía a la par a la diosa Maat. En este lugar se “pesaba” su corazón; Maat ponía una pluma de avestruz en una bandeja y el corazón en la otra. La balanza tenía que estar perfectamente nivelada (balanza de la justicia), caso contrario el temible Ammyt, con cara de cocodrilo, devoraba al espíritu. Superadas las prueba se le abría paso al Campo de Juncos (el Edén).

Resalto el contraste entre una civilización que tenía presente la muerte todos los días y las actuales culturas en que muy pocos, aunque digan lo contrario, creen realmente en la otra vida. Si creyeran otra sería su conducta.

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