Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Estando fuera del país he ido siguiendo la penosa enfermedad de Guayo Villatoro y amigos comunes no sólo nos mantienen al tanto sino que además están pidiendo por medio de sus redes sociales y correos electrónicos que elevemos oraciones por la situación en que se encuentra ese muy particular y querido amigo, quien por años ha sido asiduo y muy cumplido colaborador de La Hora, no sólo por su columna sino también por la asesoría que voluntariamente daba a nuestro personal para mejorar su calidad de trabajo.
Mi padre solía decir, en esos momentos gratos de compartir con la familia, que era una lástima que la vida no fuera eterna, pero por placentera y agradable que sea, todos sabemos que tiene un límite y que por más que nos aferremos a ella, llegará el momento en que llegará a su fin.
Guayo ha sido un hombre religioso y especialmente desde el accidente de Magnolia su esposa me comentaba como ha encontrado en sus conversaciones privadas con Dios una enorme fortaleza y creo yo que en estos momentos difíciles que está pasando por el deterioro de sus condiciones físicas, su espiritualidad se ha de estar manifestando con todo esplendor pese a los dolores y a esa idea que debe ser crucial en tales circunstancias, relacionada con lo que uno deja, es decir, esos seres tan queridos que han sido su entorno familiar.
Para personas como Guayo, con claridad sobre el sentido de la vida y la existencia de un ser supremo al que llamamos Dios, el tránsito final no se sufre con la angustia de qué habrá en el más allá, sino que lo único que lo apega a uno a esta vida es esa devoción que se tiene por los seres queridos. Guayo sabe que Magnolia se adelantó para allanarle el camino y hacerle más fácil su propia ruta.
Por eso me agradó uno de los correos que enviaron a los amigos de Guayo en el que se pedían oraciones para que, si Dios así lo quiere, pueda superar las dolencias que está padeciendo y que las mismas no sean tan agobiantes, pero que también pidamos para que, si tal es el designio de Dios, pueda encontrarse tranquilamente con su esposa. Y es que desde que se produjo el accidente de Magnolia en Estados Unidos y tuvieron que pasar meses en hospitales y nosocomios, tanto en ese país como en Guatemala, su vida giró en brindarle todos los cuidados del caso a su amiga y eterna compañera de vida y tras su muerto Guayo no pudo volver a ser el mismo, cosa que entiende cualquiera que ha tenido la dicha de una prolongada vida en pareja, construyendo una familia.
Yo siento una profunda pena y angustia por Guayo y sobre todo porque no le he podido acompañar en este trance tan difícil, pero confío en su fortaleza y en el fruto de oraciones de tanta gente que le aprecia y quiere. Dios dispondrá, como debe ser, y esas oraciones han de fortalecer a Guayo.