Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Cuando uno analiza lo que inició en abril, y luego realiza que a la fecha no ha cambiado nada, no se puede dejar de pensar en los espejismos que nos han querido vender.

Cuando la indiferencia crónica empezaba a sacudirse un poco tras la denuncia de Claudia Escobar y las juezas de la dignidad, como me referí a ellas desde un inicio (que denunciaron todo el proceso de elección de Cortes), la Embajada de Estados Unidos emitió un terrible e inexplicable comunicado diciendo que se había cumplido con lo que mandaba la ley y que por tanto, se debía seguir con el proceso.

En pocas horas, la Corte de Constitucionalidad (CC) mandó por un tubo el recurso de Escobar y lo demás es historia, aunque es importante destacar que esa misma Corte dio luz verde al proceso contra el diputado Gudy Rivera (quien fue denunciado por Escobar).

Luego, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) dijo durante toda la campaña que el voto contaba y ahora, los que se creyeron esa soberana paja, tal vez viendo al Congreso y viendo comocómo actúa Jimmy Morales, podrán entender que bajo estas reglas el ciudadano, el votante que acude a las urnas sin dimensionar el problema, como siempre ha valido madre y sigue sobrando.

Tenemos a Alejandro Maldonado quien nos dijo que el sistema necesitaba reformas, pero sigilosamente ha sido otro celoso guardián de la porquería, tal y como hizo desde sus pasadas trincheras.

Tenemos a los empresarios, o al menos a uno de sus voceros, que nos viene a decir que ahora vivimos tiempos de optimismo y que hay que erradicar la corrupción, aunque resulta imposible saber a qué se debe el optimismo (si nada ha cambiado) y cuesta saber cómo se erradicará la corrupción si no pasamos del discurso a la acción.

Y por último tenemos a la diputada Nineth Montenegro que nos dice que con los cambios a la Ley de Contrataciones estamos bien, cuando en realidad lo que se hizo es darle una aspirina a un enfermo de cáncer. Se lo pongo así, es como celebrar que a los policías por fin les dimos pistolas 9 milímetros (eso es mejor que un revóolver) para ir a pelear con mafias que tienen AK- 47usis, granadas, cohetes, aviones, helicópteros, blindados, sistemas de inteligencia etc., etc., etc.

Y esos espejismos que nos han querido vender son las que han hecho que lo que empezó no se haya terminado y quizá, ahora después de este mediano despertar, estemos peor que antes porque se les dio mucho espacio y tiempo a las mafias para que se reinventaran, se reorganizaran y hasta se aliaran para asegurar que nada cambie.

La única salida que tiene Guatemala es que tiremos todo o al menos, casi todo al cesto de la basura y podamos iniciar un nuevo modelo con nuevas personas, nuevos partidos, nuevas reglas y nuevas visiones.

El problema de las primaveras árabes fue que se cambió a la gente, pero no los sistemas ni las reglas del juego y por eso es que nada cambió. ¿Quién con una luz se pierde? Nadie, excepto hasta ahora, nosotros los guatemaltecos.

Nunca se dijo que pensar en una nueva Guatemala iba a ser fácil y quizá hasta sería más cómodo tratar de seguir sobreviviendo en medio de esta vorágine (en la que los más corruptos, los más inescrupulosos se visten de santos), pero eso en realidad es rehuirle al problema sin entender que tarde o temprano la impunidad y la corrupción sobre las que descansa este sistema, nos pasarán una factura y nos pasarán llevando.

Yo insisto que la Guatemala que queremos no será fácil conseguirla y si no la queremos, pues que se diga claro, pero lo que no se vale es que nos quieran dar gato por liebre diciéndonos que vamos por buen camino. Y una vez más, no solo lo digo yo, lo dicen el rector de la Usac, el Procurador de los Derechos Humanos y las iglesias.

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