Eduardo José Blandón Ruiz

El amor es moneda corriente expresada en los múltiples ámbitos de nuestra vida cotidiana.  La sociedad que habitamos, fundada aún en los valores cristianos, afirma incluso que los creyentes “seremos juzgados en el amor”.  Aún con ello, sin embargo, los hechos no parecieran dar fe que nos movamos en ese registro idílico.

Las guerras y la violencia diaria, por ejemplo, los desencuentros y roces en el trabajo, el egoísmo cada vez más extendido, indican más bien que la aspiración de “amarnos los unos a los otros” se encuentra si mucho en una etapa de deseo.

El filósofo coreano, Byung Chul-Han, formado en la Universidad de Friburgo y docente de la Universidad de las Artes de Berlín, en su libro “La agonía del eros”, explica la paradoja de nuestros tiempos en los siguientes términos:

En tiempos recientes se ha proclamado con frecuencia el final del amor. Se piensa que hoy el amor perece por la ilimitada libertad de elección, por las numerosas opciones y la coacción de lo óptimo y que, en un mundo de posibilidades ilimitadas, no es posible el amor. También se denuncia el enfriamiento de la pasión.  Eva Illouz, en su obra “¿Por qué duele el amor?”, atribuye este enfriamiento a la racionalización del amor y a la ampliación de la tecnología de la elección.  Pero estas teorías sociológicas desconocen que hoy está en marcha algo que ataca el amor más que la libertad sin fin o las posibilidades ilimitadas.  No solo el exceso de oferta de otros conduce a la crisis del amor, sino también la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la vida y va unida a un excesivo narcisismo de la propia mismidad.  En realidad, el hecho de que el otro desaparezca es un proceso dramático, pero se trata de un proceso que progresa sin que, por desgracia muchos lo adviertan.

No es nuevo que los filósofos adviertan la erosión del amor y la amenaza representada a veces por la propia cultura y la presión social.  En años anteriores el filósofo alemán Herbert Marcuse en su obra “Eros y civilización” ponía en guardia sobre la nocividad de la sociedad posindustrial represora del instinto libidinal del hombre.  “La civilización empieza, decía Marcuse, cuando el objetivo primario, o sea, la satisfacción integral de las necesidades- es efectivamente abandonado”.

El amor está en el aire, pero también se encuentra en crisis.  Valga la reflexión en estos momentos de violencia planetaria donde los hechos parecen recordarnos la mala levadura que llevamos por dentro.  Es necesario cambiar los modelos mentales e inaugurar lo que los cristianos llaman “la civilización del amor.

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